Llega el #Blackfriday y el primer aniversario de la publicación de #LaTraición, última entrega de la #trilogía #TheFourBrothers. Por ello, quiero celebrarlo con una promoción de la trilogía que no vais a poder ignorar. Completa, o hazte con la trilogía al completo a unos precios increíbles.
The Four Brothers 1 - La Tentación
– ¡Hola,
princesa! ¿Siempre tomas el sol así?,
– me dijo una
voz en el oído. Estaba cómodamente tumbada boca arriba,
tomando el sol en topless en la torre más alta de Cove Castle, a la que
solo se accede por del corredor que
da a mi habitación; así que tan
solo yo, mi hermano, o el
servicio, podemos acceder.
Le veía en
raras ocasiones, pues
como yo estaba interna en un colegio de monjas, rara vez tenía
oportunidad de ver a sus amigos.
Quise ponerme rápidamente
la parte de arriba de mi bikini, que había dejado abandonado en
el suelo. Pero él fue más rápido y, tras
agacharse para recogerlo, lo retuvo entre
sus manos, que mantenía a su espalda;
al mismo tiempo se sentaba en mi tumbona,
a la altura de mis caderas. Automáticamente cubrí mis pechos con mis
brazos, gesto que le arrancó una sonora
carcajada.
Sin darme tiempo a reaccionar,
me cogió de las muñecas colocándolas
por encima de mi cabeza y, reclinando
ligeramente su cuerpo contra el mío, pero sin llegar a tocarnos,
me dijo:
– ¡Deberías
echar el cerrojo de la torre, cuando
subas aquí a tomar el sol! –
La sonrisa seductora que me regaló, hizo
que algo desconocido, entre mis piernas, me hiciera estremecer.
– ¡Sobre todo si lo vas a hacer desnuda!
– De nuevo otra sonrisa. Moví
impulsivamente mis piernas. Doblándolas
y extendiéndolas, no era
yo quien realmente las controlaba.
– Pues,
como tú has entrado, podría
entrar cualquiera ahora mismo, – dije tratando
de liberarme de él, pero sin conseguirlo.
– incluso
mi hermano. ¿Cómo se lo explicarías? – Esboce una
sonrisa forzada. –
Además, – insistí imprimiendo a mi voz
una seguridad en, que
no sé de donde saqué. En ese momento, ya había dejado de moverme;
– no estoy desnuda.
¡Estoy haciendo topless!
– Para su
información, señorita,
– me dijo
muy despacio, – he
echado el cerrojo, así que nadie va
a entrar desde el otro lado si nosotros
no le abrimos. – Mientras seguía
hablando, recorría
todo mi cuerpo con la mirada, sin borrar esa gran
sonrisa de su rostro. –
¡No es que esas braguitas que llevas puestas
tapen gran cosa!
Levantó de nuevo
su mirada a mis ojos y sentí que su
respiración cambiaba, tornándose completamente
acelerada.
– Claire, –
me dijo intentando recuperar la compostura,
– ¿cuántos
años cumples mañana?
– Dieciséis,
– respondí, también con mi respiración
acelerada. Sentía como mi pecho subía y bajaba
vertiginosamente. Él estaba
tan cerca de mí que, por momentos,
mis pezones rozaban ligeramente su camisa. Sabía que a pesar de ser tan joven,
mi cuerpo aparentaba el de una mujer de más
edad.
– ¿Eres
virgen?, – me
preguntó mirándome a los ojos.
– ¡Qué!
– Mi voz reflejo que me sentía claramente indignada por su pregunta. –
¿Cómo te atreves a preguntarme algo así?,
– respondí con otra pregunta,
sinceramente ofendida.
Cerré los ojos y asentí ligeramente con la cabeza, pero no fui capaz de articular palabra alguna. Sentí una extraña sensación en el estómago. El roce de su camisa con mis pezones hacía aflorar una ligera humedad en mi entrepierna. Instintivamente frotaba mis piernas una contra la otra, tratando de controlar la reacción que su roce producía en mi cuerpo. Una sensación desconocida para mí.
– ¿Alguna
vez te han besado?,
– Aún mantenía sujetas mis manos con
una de las suyas; mientras que con la otra
perfilaba mi labio inferior.
– No, –
respondí abriendo los ojos y encontrándome con su mirada
– Quiero
hacerte un regalo, – me dijo, con la voz algo apagada
por el deseo, a la vez que
su mano abandonaba mi boca yendo
al encuentro de la otra,
sobre mis muñecas.
– Si te
suelto, – buscó mi mirada,
– ¿me prometes
que no gritaras y permanecerás tumbada dónde estás?– Me miro
muy serio, pidiéndome sinceridad. En ese instante no lo pensé,
tan solo asentí con la cabeza. – Dímelo en voz alta,
Claire, – exigió, inclinándose todavía más
hacia mí, acercando su rostro al mío.
– ¿Confías en mí?
– Su voz era
tan solo un sensual susurro.
– Sí, te lo prometo, – dije
mirándole a los ojos. – ¡Confió en
ti!
En ese instante me soltó, pero yo
no retiré los brazos de donde él
les había dejado. Sin dejar de mirarnos a los ojos, sentí sus
manos acariciándome lentamente a lo largo
de mis brazos hasta mis hombros, para finalmente
rodear dulcemente mi rostro.
Instintivamente,
humedecí mis labios con la lengua cuando vi que sorteaba
la distancia entre nuestros rostros, depositando
sus labios sobre los míos. Los rozó apenas en
una caricia, abandonándolos enseguida. Giró
despacio hacia mi mejilla derecha, regándola con leves roces
de sus labios que repartió hasta
llegar a mi sien, pasando por mi frente,
y haciendo después el camino inverso.
Sus labios volvieron a pasar por los míos y,
tras mirarme durante un segundo a mis ojos;
se apoderó de mi boca, animándome a abrir mis labios para él, buscando el
contacto de su lengua con la mía.
Mis brazos, adquiriendo vida propia,
se movieron; desobedeciéndole, le rodeé
en un abrazo. Sus
manos se deslizaban entre nuestros cuerpos recogiendo con ternura mis pechos
que, por aquel entonces apenas habían empezado a
aflorar, pero que ya daban muestras de lo que un día
serían. Sentí como sus dedos jugaban con mis pezones.
A medida que sus caricias se
intensificaban, nuestras respiraciones se iban volviendo más y más pesadas.
Cuando su boca abandonó la mía para que pudiésemos recuperar el resuello; fue descendiendo hacia abajo, recorriendo mi cuello con su aliento. Su boca reemplazó a una de sus manos, mordiéndome suavemente el pezón, en tanto que, liberada esa mano, continuó investigándome hacia abajo, acariciándome el vientre con la palma abierta, hasta el borde de mis braguitas del bikini.
Mi cuerpo reaccionó
arqueándose hacia él, mis brazos le abrazaban con fuerza,
intentando retenerle pegado a mi cuerpo.
Nuestras miradas se encontraron por
un instante. Permanecía aún sentado en
la tumbona, con el torso reclinado sobre mí, acariciándome el nacimiento del
pelo.
Tras retirar mis manos de su nuca,
se incorporó para observarme, volviendo a colocar
mis brazos en la postura inicial, extendidos por encima de
mi cabeza. Con la mirada me indicó
que no las moviese de donde las había colocado;
a lo que asentí silenciosamente,
cerrando los ojos, entregándome a él.
Sus manos
se deslizaron por mis pechos y
mi cintura, hasta llegar al punto donde las tiras de
mi bikini se ajustaban a mis caderas. Aún recuerdo el
tirón de la tela al deshacerse los nudos; a
pesar de tener los ojos cerrados, sentía su
mirada clavada en mi cuerpo.
– ¡Mírame,
Claire!, – me
ordenó. Le obedecí. Vi en sus ojos lo que en ese instante supuse
que debía ser deseo. Levanté ligeramente
la cadera; sin decir palabras, retiró la fina
tela de debajo de mí, dejándome completamente
desnuda ante él.
– ¡Eres
preciosa!, – susurró,
tendiéndose sobre mí,
mientras me abría las
piernas, colocando una rodilla entre ellas. Todavía
mantenía la otra apoyada en la fría baldosa del
piso de la torre.
Volvió a besarme en la boca con más
ansias aun si cabe.
Recorrió todo mi cuerpo con su boca y sus
manos, en dirección a mis pies.
Colocándose de rodillas en el
suelo, tiró de mis piernas
hasta el borde de la tumbona. Sentí su mirada entre mis piernas.
Instintivamente, intenté cerrarlas
para ocultar esa parte tan íntima de mí; pero él,
con una mirada felina, me indicó
que no me atreviera a cerrarlas.
Recorrió mis
piernas con besos, primero desde el tobillo hasta las rodillas, y después por
la cara interna de mis muslos;
obligándome a abrirle aún más mis
piernas.
Cuando me percaté
de lo que pretendía intenté retirarme,
tratando de incorporarme de golpe;
pero, sujetándome con firmeza con sus
manos sobre mis caderas,
él me lo impidió.
– ¡Quiero
ser el primero en devorarte! –
Me obligo a tumbarme de nuevo y, tapándome
la cara con las manos, me dejé
hacer.
Continuó con la tortura de breves besos sobre la cara interna de mis muslos; mientras que, con sus dedos, separó los pliegues de mi sexo e introdujo un dedo dentro de mí, que comenzó a mover suavemente. Automáticamente, todo mi cuerpo se tensó.
– ¡Relájate!,
– me dijo,
al mismo tiempo que su pulgar presionaba un punto
completamente desconocido para mí, removiendo
su índice dentro de mi humedad. –
¡Abre más las piernas!, voy a meterte otro dedo. – Cosa
que hizo de inmediato, y una vez que hubo sumergido sus dedos en mí; empezó
a moverlos de fuera a dentro, y de
dentro a fuera, sujetándome por el
vientre con la otra mano.
Cuando saco los dedos
de mi interior para colocar sus manos debajo de mis nalgas,
emití un leve quejido de frustración, que
silencié cuando volví a sentir sus labios recorriendo
mis muslos, alucinando con lo que vendría a continuación.
– ¡Tienes
una mancha de nacimiento en un sitio muy especial
e íntimo!, – me
dijo apoyando su barbilla en mi vello púbico;
se refería a una pequeña peca con forma de media luna,
situada justo al lado de los labios de mi sexo. Escondida de las
miradas indiscretas.
– ¡No se lo contarás
a nadie!, – repliqué de
modo cómplice, mientras me incorporaba,
apoyándome sobre mis codos y sonriéndole.
– ¡Será
nuestro secreto!, –
me dijo volviendo
a desaparecer entre mis piernas, y depositando
un beso en el centro de mi ser.
– ¡Tus
brazos! ¡Túmbate!,
– me ordenó.
Sentí su aliento en la parte más íntima
de mi cuerpo Le obedecí abandonándome
al disfrute de la sensación de su lengua invadiendo
mi sexo. Mi cuerpo trataba de absorber todas
las emociones que ese hombre me estaba regalando;
me sentía flotar en medio de un mar de nubes blancas.
– ¡Déjate
llevar!, – me
dijo, exhalando
de nuevo su aliento contra mi sexo, y volviendo
a introducir su lengua dentro de mí. Sus
manos me acariciaban
y jugaban con mis pechos. –
¡Ahora!, – me susurró sujetando con
firmeza mis caderas.
Y en ese momento salté,
salté de las nubes para aterrizar en sus
brazos a la vez que gritaba su nombre. ¡Marco!
Él subió despacio besando
cada milímetro de mi piel que encontraba a su
paso, hasta llegar a mi boca,
devorándome con ansias. De
pronto, sentí algo duro contra mi vientre. Tímidamente le abracé
con brazos y piernas a la vez que movía mis caderas;
concediéndole permiso para que prosiguiera
hasta la completa y plena consumación; preguntándome cómo,
qué sentiría. Me daba absolutamente
lo mismo que el hombre que tenía sobre mi cuerpo
fuera dieciséis años mayor
que yo, que fuese el mejor amigo de mi hermano,
y mucho menos me importaban las
consecuencias que aquel acto pudiera
tener.
– ¡Me gusta
el sabor de tu miel!, – me
dijo interrumpiendo mis pensamientos. –
¡Es fantástico! Sabes a chocolate con
fresas, dulce y exquisito, pero a la
vez prohibido, –Su
cabeza se deslizaba entre mi cuello
y mi hombro, escondiéndose en esa concavidad.
– ¿Y tú?,
– pregunté tímidamente, a
lo que reaccionó colocando
suavemente un dedo sobre mis labios.
– ¡Ssshhh!,
– me hizo callar acariciándome
de nuevo los labios con su pulgar, consiguiendo que me estremeciera.
– Creo que esto ha sido un regalo más para mí que para ti. No
puedo, – inclino pesadamente
la cabeza dirigiendo su mirada hacia mis pechos;
y levantándola un segundo
después, me dijo mirándome a los ojos con pesar:
– ¡No voy a arrebatarte tu virginidad!
¡Mi princesa!
– Levanté
nuevamente la cadera hacia él, incitándole,
provocándole. –
¡No hagas eso! – murmuró
cerrando los ojos cuando sintió que me movía
debajo de él, frotándome contra su masculinidad.
– ¿Y si
quisiera regalártela a ti?, –pregunté
con picardía, manteniéndome
completamente inmóvil. No porque yo lo quisiera,
sino porque él halló la forma de inmovilizarme. –
¿Prefieres que se la regale a alguien que no la merezca?
– ¿Y
crees que yo la merezco? – Su pregunta cargada de sorna me hizo
reflexionar.
– ¡Creo que
no!, – dije
sintiéndome rechazada. Con un cambio brusco; él se apartó
repentinamente de mí, lanzándome
el bikini sobre mi estómago.
– ¡Vístete!,
– me ordenó en
un tono de voz bastante seco. – Alguien
podría subir y no sería correcto
que te encontraran así, y menos conmigo.
En menos de un minuto me puse
el bikini y, recogiendo mis cosas,
bajé directamente a esconderme en mi
cuarto, dejándole solo en la torre.
The Four Brothers 2 - La Manipulación
Cuando abro la puerta de la
habitación, comprendo el porqué del olor de las sabanas, la calidez de la
estancia, porque todo a mí alrededor me recordaba a mi princesa. ¡Mi Claire!
¡Estoy en su casa! Aunque no he
dormido en su habitación. ¡Es la habitación de invitados! En realidad, nunca
había entrado en ella, por eso no la había reconocido.
Me llevo instintivamente las manos
a mi cabeza, tratando de contener de alguna manera, esos pequeños hombrecitos
que parecen estar picando piedra dentro. Miro a derecha e izquierda a lo largo
del pasillo vacío que se extiende ante mí.
Su puerta está cerrada.
Doy un paso en dirección a su
dormitorio, mientras todo a mi alrededor
permanece en silencio. A pesar de saber que Charly tiene que estar en su
habitación, que sé que es la puerta situada justo en frente de la de Claire. Lo
pude comprobar en aquella ocasión, lo que no quiero
recordar, cuando busqué su maletín en el vestidor.
Necesito verla, aunque solo sea
durante un segundo y de lejos. Tan solo quiero comprobar con mis propios ojos
que está bien. Sé que llegó a casa. Pude comprobarlo
por el localizador GPS que lleva instalado en su móvil.
Giro despacio el pomo de su puerta,
apenas la he abierto unos milímetros, no he podido ni siquiera vislumbrar aun
el interior del dormitorio que me conozco completamente de memoria, cuando la
puerta de Charly se abre pillándome completamente in fraganti.
– ¿Qué estás haciendo? – Retrocedo
el movimiento de mi mano volviendo a cerrar la puerta. Por el gesto de Charly,
puedo deducir que está molesto por algo o con alguien. Evidentemente conmigo,
por lo que estaba tratando de hacer.
Tiene el aspecto de acabar de salir
de la ducha, con el pelo aun mojado. Viste unos vaqueros negros con una camisa
azul clara y zapatillas deportivas.
– ¡Buscaba el baño! – Los
movimientos de mi vejiga me dan la pista para la excusa perfecta y, así pueda
comprender mi confusión. Señala con la mirada
la puerta situada justo en frente del dormitorio del cual acabo de salir. Le
hago un gesto agradeciéndole la información, y me escondo en el interior.
Me apoyo contra la puerta nada más
entrar. No sé muy bien que es lo que estoy haciendo en casa de Claire. No recuerdo
como he llegado hasta aquí. Lo que sí es seguro, es que Charly sí lo sabe.
Observo la estancia donde me
encuentro, acercándome al lavabo individual incrustado en una pulcra encimera
gris. Alzo la cabeza y me miro en el espejo. ¡Tengo una pinta horrible! Me noto
la boca pastosa. Los rizos están completamente incontrolados, y mi barba
incipiente junto al desaliñado de mi ropa, hace que parezca un indigente.
Miro a mi izquierda, a través de la
ventana.
Hay unas vistas increíbles sobre
los tejados de la ciudad, con el sol saliendo por el horizonte entre el sky
line, reflejándose en los cristales de las ventanas de los edificios vecinos.
Calculo que deben ser alrededor de las 8 de la mañana. Digo
calculo, porque mi Tag
Heuer tiene un golpe muy feo en la esfera. Es evidente que ha muerto.
Tras aliviar mi vejiga, me lavo la
cara y me mojo el pelo, tratando de acomodar mis rizos en su sitio, aunque me
doy por vencido considerándolo una hazaña completamente imposible.
Salgo de nuevo al pasillo.
Oigo a Charly trastear en la cocina,
por lo que desisto en mi intento de echarle un vistazo a Claire.
Observo mis pies sin mis zapatos, que aún no he sido capaz
de encontrar.
– ¡Buenos días! – Lo saludo desde
el umbral de la puerta. Sin que me invite a ello, entro y directamente me dejo
caer sobre el banco de la cocina. Doblada sobre el respaldo del banco veo mi
chaqueta, pero de mi abrigo y mis zapatos, de momento ni rastro. Por no hablar
de mi cartera, mi móvil, las llaves de mi coche y de mi casa.
– Hola. – Se acomoda contra la
encimera de la cocina a la vez que se cruza de brazos, mientras me observa
atentamente.
– ¿Qué es lo que hago en casa de tu
hija? – Pregunto directamente. Me sonríe por un instante, aunque su sonrisa
desaparece más rápido incluso de lo que ha aparecido.
– ¿No te acuerdas de nada? – Niego
con la cabeza, animándolo a que continúe. – Greg me llamo anoche, avisándome
que te habías bebido dos botellas de whiskey tu solito, y que estabas montando
un escándalo por que la camarera no te quería dar más. – Greg es nuestro jefe
de seguridad en el “Chalhema”.
Se gira sobre sí mismo, para
programar la cafetera. La misma que tantas veces he visto programar a Claire
para mí. Recuerdo la primera vez que me ofreció un café en esta misma cocina.
Estaba tan nervioso por la reunión que tenía con Torres, que se lo rechacé. ¡Y
ni siquiera entonces sabía quién era ella realmente!
– ¿Café? – Me ofrece sin mirarme,
apartándome de mis recuerdos
– Por favor. – Mi voz suena a
súplica. En realidad lo necesito con urgencia. – ¡Y si tienes
algo para el dolor de cabeza, te lo agradecería! – Apoyo mi cabeza sobre mis
manos. – ¡Está a punto de explotarme!
– Cuando llegué no dejabas de
decirme que la habías cagado con ella. – Lo miro asustado. No recuerdo
exactamente qué fue lo que le conté. ¿Y si hablé de Claire?
Supongo que de haber dicho algo, no estaría tan
tranquilo sirviéndome un café y dejando un plato de muffins sobre la mesa, ante
mí, a pesar que prefiero los donuts de chocolate. Lo que hace que recuerde de
nuevo a mi princesa. Con sus labios llenos de chocolate, después de comer uno
de ellos. Cierro los ojos recordando cómo en esas ocasiones, le limpiaba sus
labios pringados con mi lengua para después... Me remuevo inquieto tratando de
disimular mi molesta entrepierna, y me lanzo hambriento hacia uno de los
muffins.
– ¿Qué es lo que te conté
exactamente? – Pregunto directamente, tras tomar un sorbo de café.
– No mucho. – Suspiro aliviado. –
Solo decías que eras un cabrón y que no merecías que ella te quisiera. – Me
mira fijamente. – ¡Te lo dije! – Lo miro expectante tras dar otro sorbo a mi
café, mientras se sienta en frente mío con el suyo entre las manos, e hincarle
el diente a uno de los muffins.
– ¿A qué te refieres? – Me sonríe
mientras traga lo que tiene en la boca. Tengo la sensación, que está riéndose de
mí.
– Te dije que tarde o temprano,
encontrarías a la persona adecuada. – Me mira escrutándome. – ¿Quién es? ¿La
conozco? – Lo miro frunciendo el ceño como si estuviese loco. Termino mi café y
me levanto para dejar la taza en el fregadero.
– Ya no importa. Por mi estupidez
la he perdido. – Me sorprendo a mí mismo por reconocerlo en voz alta. Hace que
me sienta más estúpido todavía. – ¡Soy un completo idiota! – Abro el grifo
observando atentamente como la taza va llenándose de agua, oscureciéndose y
aclarándose, según va rebasando el líquido por el borde.
– ¿Dónde están mis zapatos? – Pregunto
cambiando de tema, tras cerrar el grifo, girándome hacia él. No quiero seguir
hablando de su hija, aunque él no sepa que estamos hablando precisamente de
ella.
– ¡Pasaron a mejor vida! – Me dice,
tras lo que le miro espantado. ¡Mis oxford
de más de trecientos euros! – ¡Vomitaste encima de ellos! – Lo
miro todavía más horrorizado. – Por cierto. ¡Bonitos calcetines! – Me dice
riéndose entre dientes, mirando atentamente mis calcetines de rallas rojas,
amarillas y azules. Tras repasar con la mirada toda mi ropa. – No me pareció
apropiado desnudarte, siento informarte que no eres mi tipo. – Me dice burlón.
Desisto de hacer comentario alguno.
– ¿Y mi abrigo? – Lo miro
expectante, mientras se levanta para dejar su taza en el fregadero, llenarla de
agua, e introducir las dos en el lavavajillas.
– Se lo he entregado a Antonia, –
me explica que es la mujer del portero, mientras se incorpora frente a mí,
– para que lo lleve a la tintorería. – Ahora lo
miro sorprendido. – ¡No te preocupes! Tienen servicio a domicilio, en un par de
días lo tendrás en tu casa. Me he tomado la libertad de darles tu dirección.
¡Espero que no te importe! – Por la expresión burlona de su rostro, puedo
deducir que mi abrigo también sufrió por mis excesos.
– ¿Y mis cosas? ¿Mi cartera, el
móvil, las llaves de mi casa y de mi coche? – Me he embalado así que tras ver
de reojo el estado de la esfera de mi reloj le pregunto también por este.
– Cuando salimos del “Chalhema”
por la puerta de emergencia que está a la vuelta del portal de esta casa. –
Comienza a relatar la noche de autos. – ¡No parabas de decir que querías irte a
tu casa! ¡Ni siquiera eras capaz de recordar donde habías aparcado el coche! –
Apoyo mi mano sobre mis rodillas observando que tengo una mancha en los
pantalones. Parece una mezcla de algo extraño y barro. Me mira negando con la
cabeza. – Opté por quitarte las llaves. Así que cuando vi que querías parar un
taxi, te lo impedí, quitándote también la cartera y el móvil. – No sé aún en
qué punto mi reloj terminó como terminó.
– Después de vomitar te mareaste,
con tan mala suerte que acabamos los dos en el suelo. En un intento de
aferrarte a algo para evitar la caída, terminaste golpeando tu reloj contra la pared
del edificio. Los pantalones te los manchaste al caernos.
– Gracias por no dejarme tirado. – “A
pesar de ser yo el cabrón que se ha estado follando a tu hija”, aunque
considero que es mejor que no se lo diga.
– De nada. – Me sonríe. – ¡Somos
amigos!, ¿no pensarás que iba dejarte tirado en mitad de la calle, con la
borrachera que llevabas? – Le devuelvo la sonrisa, sujetándome al borde de la
encimera. – Tus cosas están en mi despacho. Por cierto, – me mira aún
más sonriente que antes, desviando el tema. – ¿Qué tal ayer con Ryu? – Ladeo la
cabeza mirándolo de medio lado, tratando de recordar en qué momento del día de
ayer le dije que iba a reunirme con él. Sé que Charly conoce a la perfección en
lo que suelen derivar las reuniones con Ryu. ¡Más bien, de qué tratan
directamente! – ¿A quién llevaste? – Puedo ver a través de su cráneo como las
neuronas de su cerebro comienzan a atar cabos, aparto mi mirada culpable de la
suya. – ¡No me lo puedo creer! – Exclama. Él solito ha llegado a la conclusión
evidente de mi estupidez por haberla llevado.
– ¡Quería demostrarme a mí mismo
que era una más! – Me dejo caer sobre el banco de nuevo completamente
derrotado, y me llevo la mano a la mejilla
recordando su tortazo, para después esconder el rostro entre mis manos.
– ¡Y has descubierto que no es así!
– Toma asiento en el mismo sitio donde estaba antes. Frente a mí. – ¿Y ahora
qué piensas hacer? – Me pregunta. Miro la hora en el reloj de pared, tratando
de hacer tiempo para pensar que responderle, son casi las 8.30 de la mañana. No
estaba muy desencaminado hace un momento.
– ¿Y Claire? – Preguntar por ella
es la excusa perfecta para dos cosas. Cambiar radicalmente de tema, y averiguar
si está bien o no.
– ¡Ha salido esta mañana a correr!
– Alza su mano izquierda deslizando el puño de la camisa para poder ver la
hora. – ¡Hace casi una hora que salió! – Tuerce el gesto, contrariado.
– ¿Qué ocurre?
– Tengo que salir para el
aeropuerto en menos de media hora. – Mira mis pies sin zapatos de nuevo por
debajo de la mesa.
– ¿Te importa si te acerca ella a
tu casa? – Me doy cuenta que está tratando de contener la risa, a la vez que
sube su mirada hacia mis ojos. – ¡Te prestaría unos zapatos míos, pero creo que
no compartimos el mismo número! – Pone la mano en su boca tratando de disimular
las carcajadas que empiezan a subirle por la garganta, aunque por sus ojos, sé perfectamente,
que está riéndose de mí.
– ¡No debería salir a correr tan
pronto! – Cambio de tema. – ¡Y mucho menos sola!
– ¡No seas exagerado! – Exclama. –
Lo ha hecho siempre, me ha asegurado que no entra en el Parque del Retiro a
estas horas. ¡En Londres incluso a veces la acompaño yo! – Prefiero permanecer
callado. Evidentemente cuando me marchaba de su casa antes que ella,
aprovechaba para salir a correr. Evidentemente no me decía nada, porque sabía cuál
sería mi reacción.
– ¡Ayer me dijo que iba a salir! –
Lo miro extrañado. – ¡Tú puedes decir que no sale con nadie! – Tiende su dedo
índice acusador hacia mí. – ¡Pero ayer te puso como excusa para avisarme que
llegaría tarde! ¡Que la habías pedido que te acompañara a una cena de trabajo!
– Miro hacia la ventana, dándome cuenta que en realidad, su excusa fue real. – Obviamente,
los dos sabemos que es mentira. – Por un momento parece como si le hubiese pasado
una locura por la cabeza, veo también, como rápidamente la desecha. – ¿crees que
puede estar saliendo con alguien de la oficina?
– ¡No lo sé! – Me encojo de
hombros.
– Cuando llegué contigo, la puerta
de su cuarto estaba cerrada. No quise molestarla, así que no entré. – Niega con
la cabeza, como si supiese algo que no alcanzo a saber qué puede ser.
– Cuando la contaste la verdad ayer;
– trato de mostrarme tranquilo, a pesar que indudablemente, no lo estoy. –
¿Cómo reaccionó? – Alza la cabeza hacia mí.
(...)
– ¿Por eso te vas hoy mismo?
– Sí, – se levanta acercándose a la
ventana y mira hacia la calle. – Tengo una reunión en unas horas con mi
abogado. Como te he dicho, he adelantado toda la
documentación por mensajero. – Vuelve a mirar la hora, pero en esta ocasión, se
gira hacia el reloj de pared. – Sé que tenía que haberla llevado ayer mismo
personalmente, pero me apetecía pasar más tiempo con Claire.
Cuando me dijo que iba a ir contigo a cenar, no quise pedirla
que te dejase plantado. – Suspira resignado. – ¡Sabía que no era verdad! Así
que, – se encoge de hombros, – supuse que habría quedado con el misterioso
hombre, con el que está saliendo.
Vuelve a mirar la hora impaciente.
Aunque diría que lo que veo es más preocupación que otra cosa.
– ¿Crees que puede haberla pasado
algo? – Niega con la cabeza.
– ¿Entonces por qué estás preocupado?
– Coloca su maletín sobre la mesa para sacar un sobre de papel verjurado, sin
ningún tipo de logotipos ni emblemas impresos. Me lo tiende y me hace un gesto
con la cabeza para que lo abra. Hay un informe que desecho inmediatamente, al
llamarme la atención las fotos de Claire; en realidad, todas son fotos de
Claire y en la mayor parte de ellas, también salgo yo.
– ¿Qué significa esto? – Pregunto
sosteniendo una foto en concreto mirándola con atención, para después alzar la
mirada hacia él, que sigue de pie, al lado de la mesa.
Soy yo mismo, entrando a
hurtadillas en casa de Claire montando en mi moto. Aunque sé que no puede dar
conmigo, ya que la matrícula que lleva, no es la auténtica. Y tampoco lo puede
sospechar, puesto que desconoce la existencia de esa moto.
(...)
– Sé que ha sido una estupidez, –
vuelve a sentarse frente a mí, – no se lo digas, por favor. Pero necesitaba
saber con quién estaba saliendo, aunque como puedes comprobar, no he conseguido
nada. Sé perfectamente que el hombre de la moto es el que ha estado viniendo a
ver a mi hija. – Señala la foto con su mano.
– ¿Y cómo sabes que no es un vecino
del edificio? – Trato de desviar la atención de sus sospechas más que fundadas.
– No me imagino al abuelito que
vive en el tercero montando en moto, o al matrimonio del segundo con dos niños
a cuestas, además, – añade, – el portero me ha confirmado que nadie en el
edificio tiene moto, y mucho menos ha visto nunca una como esa.
– ¿Y qué vas a hacer ahora? – Dejo
caer la foto junto a las demás.
– Voy a dejarlo estar, esperaré a
que ella me lo cuente. Si realmente es algo importante, tarde o temprano lo
hará. – Recoge las fotos y el informe que no he tenido tiempo de ojear, y lo
guarda todo en su maletín.
– ¿Por qué no recurriste a los
detectives de Traza
Security? – Niega con la cabeza.
– Porque quería total y absoluta
confidencialidad. (...) – No puedo negarle que tiene toda la razón. Se queda pensativo
durante un momento, por lo que tengo la sensación que quiere decirme algo más,
pero el ruido de la cerradura al abrirse nos interrumpe. Los dos miramos hacia
la puerta, completamente expectantes.
Solo puede haber introducido
la llave una persona: Claire.
The Four Brothers 3 - La Traición
– ¡Buenas
noches!, – me giré hacia una voz que me era sumamente conocida, aunque hacía
mucho tiempo que no escuchaba. Mi intuición no me falló. Pertenecía a la
persona que había imaginado en mi mente. – No sabía que frecuentabas este
lugar. – Sonrió de medio lado, ladeado también levemente su cabeza. – Supongo
que sabrás a quien pertenece, ¿no?
– ¡Hola! –
Devolví la sonrisa, aunque más por cortesía que porque me agradase verlo.
Encontrarme precisamente con ese hombre, y sobre todo en aquel lugar; no era
algo que me trajera buenos recuerdos. – Por supuesto que sé a quién pertenece,
– dije casi ofendida por su sugerencia, – si no te importa, – susurre, –
prefiero que no digamos nombres. – Me acerqué a su oído y continué susurrando:
– ¡Sabes que las paredes escuchan! ¡Sobre todo en este lugar!
– ¿Puedo
invitarte?, – dijo él regalándome otra de sus falsas sonrisas.
– ¡No esperaba
menos de un caballero como tú! – La ironía en mi voz era evidente, pero él no
pareció enfadarse, más bien, rompió a reír escandalosamente.
– ¡Gracias!
Pero no me considero un caballero, – respondió; – los caballeros de verdad no
vienen a lugares como este. Tampoco invitan a mujeres a subir a las
habitaciones para hacerles, – sonrió picaronamente; – ¡tú ya sabes!
– ¿Ah, sí? –
Mire con curiosidad. – ¿Y quién es tu próxima víctima? ¿La conozco?
– ¡Me temo que
sí! – Me miró pensativo. – Es más, déjame que te cuente mi plan, Anneta, – vi
en su mirada una intención absolutamente malévola. Me gustó y, desde luego,
quería saber más. – Creo que estarás dispuesta a ayudarme; sobre todo, después
de lo que he descubierto.
Se aproximó a
mi oído y me dijo quién era la mujer a la que quería someter a su yugo; pero
sobre todo, lo que me impresiono especialmente fue el secreto que esa mujer
ocultaba. Secreto que me afectaba directamente a mí, y a mi familia.
– No te
preocupes, mi querido Ryu. – Sonreí divertida. – Será un placer ayudarte a
dominar a Claire. Y, por supuesto, quedarme con su secreto. ¡Esa puta no se lo
merece!
– ¿Y qué harás
con lo otro?
– ¡Ya se me
ocurrirá algo! – Sonreí disfrutando del daño que para ella iba a suponer arrebatarle
lo que con tanto tesón había ocultado a mi hijo. – ¡Deberíamos contactar con
Alfredo! A fin de cuentas, es parte interesada.
Me devolvió la
sonrisa. Hasta la música del local parecía querer congraciarse con nosotros.
Los acordes previos de “Habanera” de la ópera “Carmen” de Bizet, comenzaban a oírse
con fuerza en el local; sin darnos cuenta, ambos comenzamos a tararear a coro,
mirándonos a los ojos, maquinando nuestro plan:
Que nul ne peut
apprivoiser,
Et c’est bien in
vain qu’on l’appelle
S’il lui
convient de refuser.
Rien n’y fait,
menace ou prière.
L’un parle
bien, l’autre se tait.
Et c’est
l’autre que je préfère.
Il n’a rien dit
mais il me plait.
L’amour!
L’amour! L’amour! L’amour!
¡El amor! ¡A veces
demasiado complicado!
Estábamos
embarcando en una empresa delicada, y a la vez muy divertida; pero tendríamos
que ir despacio. Mi hijo no debía sospechar nada. De hecho cuando todo fue
descubierto, cuando finalmente nuestro plan fue desvelado; fue demasiado tarde.
Para mi hijo, para Claire, para todos.
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