Un extracto de El origen del ángel oscuro, disponible en Amazon, digital y papel.
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Sarah dejó escapar un largo suspiro cuando, al día siguiente, traspasó el umbral de la oficina. La joven no entendía muy bien por qué aquel hombre, su jefe, le había ofrecido un sueldo tan generoso. En su inocencia, Sarah pensaba que quizás, al ser una inmobiliaria, realizaría algún tipo de transacción ilegal o alguna práctica fuera de lo común; pero siempre relacionado con el tipo de operaciones que la empresa realizaba.
─¡Buenos días! ─Sarah saludó a la
misma recepcionista del día anterior─, soy Sarah...
─Sí, ─ la mujer interrumpió a Sarah─,
eres la nueva asistente de dirección, ─añadió la mujer a la par que tendía hacia
Sarah una identificación─. Llévala siempre visible, ¡y no la pierdas! ─Sarah
negó con la cabeza; se consideraba muy responsable, aunque tampoco entendía el
porqué de aquella cédula. Al mirar a su alrededor, al igual que el día
anterior, le llamó de nuevo la atención que no hubiese más compañeros
trabajando─. Con ella puedes acceder a la zona de dirección. Solo el jefe y tú,
a partir de hoy, tenéis acceso─. Sarah miró sorprendida a la mujer pero no
comentó nada al respecto.
─¡No la perderé! ─respondió muy seria;
quería mostrar su eficiencia a como diese lugar.
─¿Recuerdas cómo llegar al despacho de
dirección? ─Sarah miró hacia el pasillo por donde le había guiado la joven el
día anterior y se giró de nuevo hacia la recepcionista.
─Creo que sí, ─Sarah sonrió, pero la
mujer no le devolvió la sonrisa. Sarah asintió con la cabeza y se encaminó
hacia el despacho de su nuevo jefe.
─Sarah, ─La recepcionista llamó la
atención de la joven, quién se giró hacia ella─. Mi nombre es Paloma.
¡Bienvenida! ─exclamó.
─Gracias. ─Sarah respondió con la voz
algo apagada.
En el rostro de la joven se dibujó una
media sonrisa; intuyó que su estancia en aquella empresa no sería fácil; sentía
algo muy extraño que no sabía identificar, pero debía conservar ese empleo por
encima de todo; por su hija.
La joven, en menos de veinticuatro
horas, estaba recorriendo, otra vez, aquellos pasillos; de nuevo, no volvió a
cruzarse con nadie.
Sarah suspiró cuando llegó a la puerta
del señor Modeo; aquella situación le parecía muy extraña.
─¡Adelante! ─Sarah escuchó de nuevo a
aquella grave voz masculina. Había algo en aquel tono que le atraía, sin poder
hacer nada por evitarlo, pero también le asustaba sobremanera. Sarah abrió la
puerta despacio y se internó, por segunda vez en su vida, en aquel despacho─. ¡Llega
cinco minutos tarde! ─su jefe le recriminó el retraso.
─Disculpe, yo... ─La joven trató de
explicarse; había confundido uno de los pasillos, que terminaba en una sala de
juntas inmensa.
─No quiero explicaciones, ─le
interrumpió su jefe sin levantar la vista de unos documentos que tenía sobre la
mesa─. Que no vuelva a suceder.
─No, señor Modeo. ─La joven inclinó la
cabeza sumisa.
─En media hora tenemos nuestra primera
reunión. ─Ella avanzó un par de pasos hasta el escritorio; dudó por un instante
si sentarse o no─. Nadie le ha invitado a sentarse, señorita Thomas.
─Disculpe, señor Modeo. ─Sarah estaba
angustiada. El hombre se mostraba frío y distante; sabía que así su convivencia
laboral sería más que difícil.
─Se ha disculpado ya dos veces, ─el
hombre, exasperado, levantó la mirada y sonrió levemente al ver cómo iba
vestida─. Esa ropa le sienta muy bien.
Sarah se miró a sí misma. La joven se
sorprendió al vestirse aquella mañana; incluso, cuando dejó a su hija en el
colegio, las madres de las compañeras de su niña casi no la reconocieron.
El hombre se puso en pie; con pasos
regios se acercó a ella, rodeándola para observarla mejor.
─Colóquese en el centro del despacho y desnúdese ─dijo esas palabras sin ningún tipo de consideración ni respeto hacia ella.
La joven miró a su jefe. La expresión
de su rostro mostraba extrañeza y miedo.
─¿Disculpe? ─Sarah dio un par de pasos
hacia atrás; alejándose de la puerta sin ser realmente consciente de ello y
acercándose al punto que el hombre le había indicado.
─Ayer le dije que en ocasiones tendría
que realizar determinados servicios para mí. ─Sydonaí recorrió, con su mirada
llena de lujuria, el cuerpo de la joven y añadió con picardía─, o para mis
clientes... ─El hombre se quedó en silencio un segundo; se apoyó contra su
escritorio mientras miraba fijamente a la mujer─. ¿O cree que el sueldo que le
ofrecí es exclusivamente por su trabajo como asistente? ─La joven tragó saliva;
comenzaba a comprender─. Si lo prefiere puede marcharse─. El señor Modeo se
giró hacia el teléfono y, dando la espalda a Sarah, comenzó a marcar─. Pediré a
recursos humanos que cancelen su contrato ─dijo con la mirada perdida en la
pared; preparado para la estocada final que conseguiría que la joven aceptase─.
Aunque─, el hombre se giró hacia ella y le mostró el teléfono; la joven dedujo
que habría marcado la extensión del departamento de recursos humanos─, no creo
que tarden mucho en presentarse los servicios sociales en su casa.
─¡No! ─Sarah corrió hacia el hombre.
─¿No? ─Volvió a negar él─, no, ¿a qué?
─sonrió, sabía que había conseguido lo que quería.
─Necesito este trabajo. ─La joven
tragó saliva─. Por favor, ¡no me despida! ─Sarah suplicó.
─Colóquese donde le he indicado y
desnúdese. ─Ella asintió.
Aquella mañana se había vestido con
uno de los modelitos que le mostraron aquellas dependientas el día anterior. Se
trataba de una falda excesivamente corta para lo que ella acostumbraba a usar;
le llegaba a la mitad del muslo. Una blusa blanca, semi transparente, sobre la
que había colocado una americana a juego con la falda. El único toque coqueto
que se había permitido eran las medias, con ligas ajustadas a la mitad del
muslo.
Sarah se deshizo primero de la
americana y, tras caer ésta al suelo, se quedó un momento dubitativa sobre si
continuar o no.
─¡Todo! ─irrumpió la voz del hombre
con impaciencia.
La joven asintió mientras se deshacía de la blusa y la falda, quedándose tan solo vestida con las medias, los zapatos y un sencillo conjunto de braga y sujetador blanco de algodón; demasiado sencillo.
─¿Por qué no se ha puesto uno de los
conjuntos que le envié ayer? ─El hombre se refería a los exquisitos conjuntos
de lencería que, éste, se había tomado la licencia de enviar a la joven la
noche anterior. Sarah había escondido toda aquella lencería debajo de su cama.
─No me parecía correcto, ─ la joven se
excusó.
─A partir de mañana solo quiero verla
usando encaje, ─el hombre tomó unas tijeras y caminó hacia la joven, quién le
miraba asustada─. Hoy estará todo el día sin ropa interior, ─sentenció su el
jefe; resolutivo. Tomó con los dedos de una de sus manos el frontal de su
sujetador y cortó el tejido con las tijeras. A continuación, hizo lo propio con
las bragas; dejando que ambas prendas cayesen por la fuerza de la gravedad al
suelo.
─¡Vístase! ─le ordenó─. Tengo que
explicarle en qué consistirá la reunión─. Sydonaí regresó a su sitio, detrás
del escritorio, y alzó la mirada hacia Sarah─. ¡Solo tenemos diez minutos! ─exclamó─,
y ya hemos perdido uno mientras me mira de esa forma.
La joven asintió y se vistió lo más rápido que
pudo.
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