... en la torre de un castillo.
—¡Hola, princesa! ¿Siempre tomas el
sol así?, —me dijo una voz en el oído. Estaba cómodamente tumbada boca arriba,
tomando el sol en topless en la torre más alta de Cove Castle, a la que solo se
accede por del corredor que da a mi habitación; así que tan solo yo, mi hermano,
o el servicio, podemos acceder.
Le veía en raras ocasiones, pues como yo estaba interna en un colegio de
monjas, rara vez tenía oportunidad de ver a sus amigos.
Quise ponerme rápidamente la parte de arriba de mi bikini, que había dejado abandonado en el suelo. Pero él fue más rápido y, tras agacharse para recogerlo, lo retuvo entre sus manos, que mantenía a su espalda; al mismo tiempo se sentaba en mi tumbona, a la altura de mis caderas. Automáticamente cubrí mis pechos con mis brazos, gesto que le arrancó una sonora carcajada.
Sin darme tiempo a reaccionar, me
cogió de las muñecas colocándolas por encima de mi cabeza y, reclinando ligeramente
su cuerpo contra el mío, pero sin llegar a tocarnos, me dijo:
—Pues, como tú has entrado, podría
entrar cualquiera ahora mismo, —dije tratando de liberarme de él, pero sin conseguirlo—. Incluso mi hermano. ¿Cómo se lo explicarías? —Esboce una
sonrisa forzada. —Además—,
insistí imprimiendo a mi voz una seguridad en, que no sé de donde saqué. En ese
momento, ya había dejado de moverme—; no estoy desnuda. ¡Estoy haciendo topless!
—Para su información, señorita, —me
dijo muy despacio—,
he echado el cerrojo, así que nadie va a entrar desde el otro lado si nosotros no
le abrimos—. Mientras seguía hablando, recorría
todo mi cuerpo con la mirada, sin borrar esa gran sonrisa de su rostro—. ¡No es que esas braguitas que llevas puestas tapen gran
cosa!
Levantó de nuevo su mirada a mis
ojos y sentí que su respiración cambiaba, tornándose completamente acelerada.
—Claire, —me dijo intentando
recuperar la compostura—,
¿cuántos años cumples mañana?
—Dieciséis, —respondí, también con
mi respiración acelerada. Sentía como mi pecho subía y bajaba vertiginosamente.
Él estaba tan cerca de mí que, por momentos, mis pezones rozaban ligeramente su
camisa. Sabía que a pesar de ser tan joven, mi cuerpo aparentaba el de una
mujer de más edad.
—¿Eres virgen?, —me preguntó
mirándome a los ojos.
—¡Qué! —Mi voz reflejo que me
sentía claramente indignada por su pregunta—. ¿Cómo te atreves a preguntarme algo así?, —respondí con
otra pregunta, sinceramente ofendida.
—¡Respóndeme!, —me contestó con
calma, deduje que no se iba a quedar tranquilo hasta que no le diese una
respuesta.
The Four Brothers 1 - La Tentación |
Cerré los ojos y asentí ligeramente
con la cabeza, pero no fui capaz de articular palabra alguna. Sentí una extraña
sensación en el estómago. El roce de su camisa con mis pezones hacía aflorar
una ligera humedad en mi entrepierna. Instintivamente frotaba mis piernas una
contra la otra, tratando de controlar la reacción que su roce producía en mi
cuerpo. Una sensación desconocida para mí.
—¿Alguna vez te han besado? —Aún mantenía
sujetas mis manos con una de las suyas; mientras que con la otra perfilaba mi
labio inferior.
—No, —respondí abriendo los ojos y
encontrándome con su mirada
—Quiero hacerte un regalo, —me dijo,
con la voz algo apagada por el deseo, a la vez que su mano abandonaba mi boca yendo
al encuentro de la otra, sobre mis muñecas.
—Si te suelto, —buscó mi mirada—, ¿me prometes que no gritaras y permanecerás tumbada dónde
estás?—Me miro muy serio, pidiéndome sinceridad. En ese instante no lo pensé,
tan solo asentí con la cabeza—.
Dímelo en voz alta, Claire—,
exigió, inclinándose todavía más hacia mí, acercando su rostro al mío—. ¿Confías en mí? —Su voz era tan solo un sensual susurro.
—Sí, te lo prometo, —dije mirándole
a los ojos—. ¡Confió en ti!
The Four Brothers 2- La Manipulación |
En ese instante me soltó, pero yo
no retiré los brazos de donde él les había dejado. Sin dejar de mirarnos a los
ojos, sentí sus manos acariciándome lentamente a lo largo de mis brazos hasta
mis hombros, para finalmente rodear dulcemente mi rostro.
Instintivamente, humedecí mis
labios con la lengua cuando vi que sorteaba la distancia entre nuestros
rostros, depositando sus labios sobre los míos. Los rozó apenas en una caricia,
abandonándolos enseguida. Giró despacio hacia mi mejilla derecha, regándola con
leves roces de sus labios que repartió hasta llegar a mi sien, pasando por mi
frente, y haciendo después el camino inverso. Sus labios volvieron a pasar por
los míos y, tras mirarme durante un segundo a mis ojos; se apoderó de mi boca,
animándome a abrir mis labios para él, buscando el contacto de su lengua con la
mía.
The Four Brothers - 3 La Traición |
Mis brazos, adquiriendo vida propia,
se movieron; desobedeciéndole, le rodeé en un abrazo. Sus manos se deslizaban
entre nuestros cuerpos recogiendo con ternura mis pechos que, por aquel
entonces apenas habían empezado a aflorar, pero que ya daban muestras de lo que
un día serían. Sentí como sus dedos jugaban con mis pezones.
A medida que sus caricias se
intensificaban, nuestras respiraciones se iban volviendo más y más pesadas.
Cuando su boca abandonó la mía para que pudiésemos recuperar el resuello; fue descendiendo hacia abajo, recorriendo mi cuello con su aliento. Su boca reemplazó a una de sus manos, mordiéndome suavemente el pezón, en tanto que, liberada esa mano, continuó investigándome hacia abajo, acariciándome el vientre con la palma abierta, hasta el borde de mis braguitas del bikini.
Mi cuerpo reaccionó arqueándose
hacia él, mis brazos le abrazaban con fuerza, intentando retenerle pegado a mi
cuerpo.
Nuestras miradas se encontraron por
un instante. Permanecía aún sentado en la tumbona, con el torso reclinado sobre
mí, acariciándome el nacimiento del pelo.
Tras retirar mis manos de su nuca,
se incorporó para observarme, volviendo a colocar mis brazos en la postura
inicial, extendidos por encima de mi cabeza. Con la mirada me indicó que no las
moviese de donde las había colocado; a lo que asentí silenciosamente, cerrando
los ojos, entregándome a él.
Sus manos se deslizaron por mis
pechos y mi cintura, hasta llegar al punto donde las tiras de mi bikini se
ajustaban a mis caderas. Aún recuerdo el tirón de la tela al deshacerse los
nudos; a pesar de tener los ojos cerrados, sentía su mirada clavada en mi
cuerpo.
—¡Mírame, Claire!, —me ordenó. Le obedecí.
Vi en sus ojos lo que en ese instante supuse que debía ser deseo. Levanté
ligeramente la cadera; sin decir palabras, retiró la fina tela de debajo de mí,
dejándome completamente desnuda ante él.
—¡Eres preciosa!, —susurró, tendiéndose
sobre mí, mientras me abría las piernas, colocando una rodilla entre ellas. Todavía
mantenía la otra apoyada en la fría baldosa del piso de la torre.
Volvió a besarme en la boca con más
ansias aun si cabe. Recorrió todo mi cuerpo con su boca y sus manos, en
dirección a mis pies.
Colocándose de rodillas en el suelo, tiró de mis piernas hasta el borde de la tumbona. Sentí su mirada entre mis piernas. Instintivamente, intenté cerrarlas para ocultar esa parte tan íntima de mí; pero él, con una mirada felina, me indicó que no me atreviera a cerrarlas.
Recorrió mis piernas con besos,
primero desde el tobillo hasta las rodillas, y después por la cara interna de
mis muslos; obligándome a abrirle aún más mis piernas.
Cuando me percaté de lo que
pretendía intenté retirarme, tratando de incorporarme de golpe; pero,
sujetándome con firmeza con sus manos sobre mis caderas, él me lo impidió.
—¡Quiero ser el primero en devorarte!
—Me obligó a tumbarme de nuevo y, tapándome la cara con las manos, me dejé hacer.
Continuó con la tortura de breves besos
sobre la cara interna de mis muslos; mientras que, con sus dedos, separó los
pliegues de mi sexo e introdujo un dedo dentro de mí, que comenzó a mover suavemente.
Automáticamente, todo mi cuerpo se tensó.
—¡Relájate!, —me dijo, al mismo
tiempo que su pulgar presionaba un punto completamente desconocido para mí, removiendo
su índice dentro de mi humedad—. ¡Abre más las piernas!, voy a meterte otro dedo—. Cosa que hizo de inmediato, y una vez que hubo sumergido
sus dedos en mí; empezó a moverlos de fuera a dentro, y de dentro a fuera, sujetándome
por el vientre con la otra mano.
Cuando saco los dedos de mi interior
para colocar sus manos debajo de mis nalgas, emití un leve quejido de
frustración, que silencié cuando volví a sentir sus labios recorriendo mis
muslos, alucinando con lo que vendría a continuación.
—¡Tienes una mancha de nacimiento
en un sitio muy especial e íntimo!, —me dijo apoyando su barbilla en mi vello
púbico; se refería a una pequeña peca con forma de media luna, situada justo al
lado de los labios de mi sexo. Escondida de las miradas indiscretas.
—¡No se lo contarás a nadie!, —repliqué
de modo cómplice, mientras me incorporaba, apoyándome sobre mis codos y
sonriéndole.
—¡Será nuestro secreto!, —me dijo volviendo
a desaparecer entre mis piernas, y depositando un beso en el centro de mi ser.
—¡Tus brazos! ¡Túmbate!, —me
ordenó. Sentí su aliento en la parte más íntima de mi cuerpo Le obedecí abandonándome
al disfrute de la sensación de su lengua invadiendo mi sexo. Mi cuerpo trataba
de absorber todas las emociones que ese hombre me estaba regalando; me sentía
flotar en medio de un mar de nubes blancas.
—¡Déjate llevar!, —me dijo, exhalando
de nuevo su aliento contra mi sexo, y volviendo a introducir su lengua dentro
de mí. Sus manos me acariciaban y jugaban con mis pechos—. ¡Ahora!, —me susurró sujetando con firmeza mis caderas.
Y en ese momento salté, salté de
las nubes para aterrizar en sus brazos a la vez que gritaba su nombre. ¡Marco!
Él subió despacio besando cada
milímetro de mi piel que encontraba a su paso, hasta llegar a mi boca,
devorándome con ansias. De pronto, sentí algo duro contra mi vientre.
Tímidamente le abracé con brazos y piernas a la vez que movía mis caderas; concediéndole
permiso para que prosiguiera hasta la completa y plena consumación;
preguntándome cómo, qué sentiría. Me daba absolutamente lo mismo que el hombre
que tenía sobre mi cuerpo fuera dieciséis años mayor que yo, que fuese el mejor
amigo de mi hermano, y mucho menos me importaban las consecuencias que aquel acto
pudiera tener.
—¡Me gusta el sabor de tu miel!, —me dijo interrumpiendo mis pensamientos—. ¡Es fantástico! Sabes a chocolate con fresas, dulce y exquisito, pero a la vez prohibido—, su cabeza se deslizaba entre mi cuello y mi hombro, escondiéndose en esa concavidad.
—¿Y tú?, —pregunté tímidamente, a lo
que reaccionó colocando suavemente un dedo sobre mis labios.
—¡Ssshhh!, —me hizo callar acariciándome
de nuevo los labios con su pulgar, consiguiendo que me estremeciera—. Creo que esto ha sido un regalo más para mí que para ti.
No puedo—, inclinó pesadamente la cabeza
dirigiendo su mirada hacia mis pechos; y levantándola un segundo después, me
dijo mirándome a los ojos con pesar—: ¡No voy a arrebatarte tu virginidad! ¡Mi princesa! —Levanté
nuevamente la cadera hacia él, incitándole, provocándole—. ¡No hagas eso! —murmuró cerrando los ojos cuando sintió
que me movía debajo de él, frotándome contra su masculinidad.
—¿Y si quisiera regalártela a ti?, —pregunté con picardía, manteniéndome completamente inmóvil.
No porque yo lo quisiera, sino porque él halló la forma de inmovilizarme—. ¿Prefieres que se la regale a alguien que no la merezca?
—¿Y crees que yo la merezco? —Su
pregunta cargada de sorna me hizo reflexionar.
—¡Creo que no!, —dije sintiéndome
rechazada. Con un cambio brusco; él se apartó repentinamente de mí, lanzándome
el bikini sobre mi estómago.
—¡Vístete!, —me ordenó en un tono
de voz bastante seco—.
Alguien podría subir y no sería correcto que te encontraran así, y menos
conmigo.
En menos de un minuto me puse el
bikini y, recogiendo mis cosas, bajé directamente a esconderme en mi cuarto,
dejándole solo en la torre.
** **
Aquella fue la última vez que le vi.
Hace ya casi siete años.
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