Descubre qué es lo que le regalará Claire a Marco por su cumpleaños
La
besé suavemente, internándome en su boca, saboreándola a mi gusto. Me aparté de
ella, apenas un milímetro, para que pudiese hablar. Su aliento me hacía cosquillas
en los labios. En aquel instante me sentía realmente feliz. Al fin había encontrado
lo que, sin saberlo, estaba buscando. ¡A ella!
–
¡Si no me sueltas no podré darte tu
regalo! – Lo pensé un
segundo, pero mi curiosidad me ganó y me alejé de ella,
permitiendo que se levantase.
Ella
recogió sus zapatos,
que habían
terminado en
el suelo
y corrió
hacia la puerta, donde se giró hacia mí y me dijo:
–
Por hoy, y solo por hoy, – levantó su dedo apuntándome sonriente, – seré el
genio de
la lámpara
para ti.
Te concedo
tres deseos.
– Intenté protestar, pero me lo impidió alzando su
mano. – Piensa
muy bien
lo que
deseas y
cómo lo deseas.
– Sonrió, iluminando nuestra habitación por completo.
Y,
sin más,
sin darme opción a rebatir nada, dio media vuelta y salió por la puerta; dejándome
solo en la que era, y quiero pensar que sigue siendo, nuestra
cama, nuestra
habitación. Nuestra casa.
Me
levanté de un salto. Tenía que ducharme y vestirme lo más rápidamente
posible. Aproveché también para pensar
en mis tres deseos. Mientras el agua se deslizaba por mi cuerpo, comencé a
idear lo que, en unas horas, pediría a mi genio particular de la lámpara.
Cuando
llegué a la oficina, estaba detrás
de su escritorio, me acerqué a ella despacio.
La observaba trabajar, concentrada en la pantalla del ordenador. Sabía que
había captado
mi presencia,
pero me
ignoraba deliberadamente. Me
reí entre dientes por lo
tonto de
la situación.
Me
incliné sobre su
mesa, provocando que
alzase su mirada
hacia mí.
Al fin había captado su atención, o al menos, ya no podía ignorar mi presencia.
–
La quiero
en mi despacho
en cinco minutos. – Sonreí de medio
lado. –
¡Ya tengo
pensados mis
tres deseos!, – exclamé.
–
Te recuerdo que en diez minutos, tienes una reunión
con todos
los directivos,
incluido el
nuevo jefe
de seguridad, el señor…, – me recordó, ejerciendo
a la perfección su trabajo de secretaria. Ladeé mi sonrisa; pues, en realidad,
ahora éramos socios, pero no objeté nada.
–
Lo sé, con
Rosales, – interrumpí su recordatorio. – Miguel Rosales. –
Le sonreí pensando
en lo que
tenía pensado, olvidándome por completo
de la persona de la que estábamos hablando.
–
¿Vas a necesitar
que yo esté
presente?, – preguntó. Sonreí, pero no
respondí.
The Four Brothers 1 - La Tentación |
Me
miró sorprendida. Me
había quitado
la chaqueta
y aflojado
la corbata,
apoyaba mi cuerpo relajadamente sobre la mesa.
Alargué mi mano
hacia ella,
invitándola a
aproximarse a mí. La guié hacia
el ámbito del
despacho donde
se encuentra la mesa
para la
celebración de
pequeñas reuniones.
Debido
a lo sucedido con nuestro anterior jefe de seguridad, Antonio Pérez, decidí instalar
paneles japoneses para separar los dos ambientes del despacho; a la vez que ordené
que retirasen todas las cámaras que aquel impresentable había instalado en mi oficina.
Cerré
los paneles,
me apoyé sobre
la mesa
y emití
una orden
más que sencilla.
–
¡Desnúdate!
– Ella me miró más
sorprendida aún de lo que lo había
hecho unos minutos antes.
The Four Brothers 2 - La Manipulación |
–
No es para
nada lo
que estás
pensando. ¡No pienso
permitir que
te vean
desnuda! –
Miré mi reloj
de muñeca.
– ¡Te
quedan cuatro minutos!
Cuando
ya tan solo estaba con la ropa interior,
medias y zapatos, me acerqué a ella, a su
oído, y le susurré.
–
¡Todo! –
Di un paso
hacia atrás,
mientras mantenía
mis manos
en mi cintura.
Admiré su hermoso
cuerpo, dando gracias pues era absolutamente
mío. Sí era cierto que había un Dios, estaba seguro
que me había sonreído; otorgándome una mujer como la mía.
Cuando
estuvo completamente
desnuda, le pedí
que se tumbara sobre la mesa, abrí sus
piernas y
deslicé un dedo
a lo largo
de su feminidad,
para después
llevármelo a
la boca.
–
No cambies
de postura,
– le dije.
– Vuelvo
en un momento.
Salí
de esa
parte del
despacho, asegurándome que los paneles quedaban
bien cerrados, impidiendo que su interior pudiera verse desde el otro lado.
Recibí
a mis
directivos y,
tras media
hora de
reunión aburrida,
me excusé con ellos,
dejándoles solos un momento y fui de
nuevo con ella.
Como
le pedí, no
se había
movido del
punto exacto en
el que la había dejado. Me miró extrañada
y completamente
sonrojada.
The Four Brothers 3 - La Traición |
–
Lo siento,
amor, no
quiero hacerlo
pero no
deseo y supongo
que tampoco
tú querrás que
te oigan,
– susurré muy bajito. La
amordacé de modo que
sus gemidos
quedasen ahogados.
De pronto
se me ocurrió
otra idea.
– Echa
las manos
hacia atrás,
– le dije, ella me
obedeció al
instante completamente
excitada. Me
quité la corbata
y la amarré a
las patas
de la mesa.
Deseaba que estuviese
absolutamente inmovilizada. Deslicé despacio
mis manos
a lo largo
de su cuerpo;
acariciando suavemente sus
brazos, desde sus
muñecas, pasando
por la cara
interna de
sus codos,
para llegar
a sus
hombros. Dejé una
caricia muy
sutil en
sus pechos,
amasando con mis
dedos sus
pezones, sonrosados
y erectos,
amenazantes, hacia
mí. Bajé por
su vientre
rodeando su
ombligo. Llegué a
sus caderas.
Junté mis manos
en su monte
de venus
y, después
sin tocar
su sexo,
fui directo
a la cara
interna de
sus muslos;
ante lo que
ella amagó abrir
aún más
sus piernas,
invitándome a entrar.
Su
sexo relucía absolutamente excitado, y
ni siquiera
lo había
tocado aún.
La leve
caricia que
le había hecho
en su sexo, apenas media
hora antes, no
contaba. Sabía
que era
mi mirada,
y mis manos, las que habían provocado su
excitación.
Bajé
mi nariz
hacia su
monte de
venus y
aspiré suavemente. Me
aparté a regañadientes
de ella,
cuando escuché a
mis directivos
hablando.
–
No te muevas,
– emití de nuevo una sencilla orden, después de
haberle dado un beso
en su sexo.
Apenas, una caricia, un roce. – Enseguida
vuelvo.
(Pasaje extraído de La Traición, ultima entrega de la Trilogía: The Four Brothers)
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