domingo, 9 de diciembre de 2018

#LaTentacion en #primereading

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—¡Hola, princesa! ¿Siempre tomas el sol así?, —me dijo una voz en el oído. Estaba cómodamente tumbada boca arriba, tomando el sol en topless en la torre más alta de Cove Castle, a la que solo se accede por del corredor que da a mi habitación; así que tan solo yo, mi hermano, o el servicio, podemos acceder.
Le veía en raras ocasiones,  pues como yo estaba interna en un colegio de monjas, rara vez tenía oportunidad de ver a sus amigos.
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Quise ponerme rápidamente la parte de arriba de mi bikini, que había dejado abandonado en el suelo. Pero él fue más rápido y, tras agacharse para recogerlo, lo retuvo entre sus manos, que mantenía a su espalda; al mismo tiempo se sentaba en mi tumbona, a la altura de mis caderas. Automáticamente cubrí mis pechos con mis brazos, gesto que le arrancó una sonora carcajada.
Sin darme tiempo a reaccionar, me cogió de las muñecas colocándolas por encima de mi cabeza y, reclinando ligeramente su cuerpo contra el mío, pero sin llegar a tocarnos, me dijo:
—¡Deberías echar el cerrojo de la torre, cuando subas aquí a tomar el sol! —La sonrisa seductora que me regaló, hizo que algo desconocido, entre mis piernas, me hiciera estremecer—. ¡Sobre todo si lo vas a hacer desnuda! —De nuevo otra sonrisa. Moví impulsivamente mis piernas. Doblándolas y extendiéndolas, no era yo quien realmente las controlaba.
—Pues, como tú has entrado, podría entrar cualquiera ahora mismo, —dije tratando de liberarme de él, pero sin conseguirlo—. Incluso mi hermano. ¿Cómo se lo explicarías? —Esboce una sonrisa forzada. —Además—, insistí imprimiendo a mi voz una seguridad en, que no sé de donde saqué. En ese momento, ya había dejado de moverme—; no estoy desnuda. ¡Estoy haciendo topless!
—Para su información, señorita, —me dijo muy despacio—, he echado el cerrojo, así que nadie va a entrar desde el otro lado si nosotros no le abrimos—. Mientras seguía hablando, recorría todo mi cuerpo con la mirada, sin borrar esa gran sonrisa de su rostro—. ¡No es que esas braguitas que llevas puestas tapen gran cosa!
Levantó de nuevo su mirada a mis ojos y sentí que su respiración cambiaba, tornándose completamente acelerada.
—Claire, —me dijo intentando recuperar la compostura—, ¿cuántos años cumples mañana?
—Dieciséis, —respondí, también con mi respiración acelerada. Sentía como mi pecho subía y bajaba vertiginosamente. Él estaba tan cerca de mí que, por momentos, mis pezones rozaban ligeramente su camisa. Sabía que a pesar de ser tan joven, mi cuerpo aparentaba el de una mujer de más edad.
—¿Eres virgen?, —me preguntó mirándome a los ojos.
—¡Qué! —Mi voz reflejo que me sentía claramente indignada por su pregunta—. ¿Cómo te atreves a preguntarme algo así?, —respondí con otra pregunta, sinceramente ofendida.
—¡Respóndeme!, —me contestó con calma, deduje que no se iba a quedar tranquilo hasta que no le diese una respuesta.
Cerré los ojos y asentí ligeramente con la cabeza, pero no fui capaz de articular palabra alguna. Sentí una extraña sensación en el estómago. El roce de su camisa con mis pezones hacía aflorar una ligera humedad en mi entrepierna. Instintivamente frotaba mis piernas una contra la otra, tratando de controlar la reacción que su roce producía en mi cuerpo. Una sensación desconocida para mí.
—¿Alguna vez te han besado? —Aún mantenía sujetas mis manos con una de las suyas; mientras que con la otra perfilaba mi labio inferior.
—No, —respondí abriendo los ojos y encontrándome con su mirada
—Quiero hacerte un regalo, —me dijo, con la voz algo apagada por el deseo, a la vez que su mano abandonaba mi boca yendo al encuentro de la otra, sobre mis muñecas.
—Si te suelto, —buscó mi mirada—, ¿me prometes que no gritaras y permanecerás tumbada dónde estás?—Me miro muy serio, pidiéndome sinceridad. En ese instante no lo pensé, tan solo asentí con la cabeza—. Dímelo en voz alta, Claire—, exigió, inclinándose todavía más hacia mí, acercando su rostro al mío—. ¿Confías en mí? —Su voz era tan solo un sensual susurro.
—Sí, te lo prometo, —dije mirándole a los ojos—. Confió en ti.
En ese instante me soltó, pero yo no retiré los brazos de donde él les había dejado. Sin dejar de mirarnos a los ojos, sentí sus manos acariciándome lentamente a lo largo de mis brazos hasta mis hombros, para finalmente rodear dulcemente mi rostro.
Instintivamente, humedecí mis labios con la lengua cuando vi que sorteaba la distancia entre nuestros rostros, depositando sus labios sobre los míos. Los rozó apenas en una caricia, abandonándolos enseguida. Giró despacio hacia mi mejilla derecha, regándola con leves roces de sus labios que repartió hasta llegar a mi sien, pasando por mi frente, y haciendo después el camino inverso. Sus labios volvieron a pasar por los míos y, tras mirarme durante un segundo a mis ojos; se apoderó de mi boca, animándome a abrir mis labios para él, buscando el contacto de su lengua con la mía.
Mis brazos, adquiriendo vida propia, se movieron; desobedeciéndole, le rodeé en un abrazo. Sus manos se deslizaban entre nuestros cuerpos recogiendo con ternura mis pechos que, por aquel entonces apenas habían empezado a aflorar, pero que ya daban muestras de lo que un día serían. Sentí como sus dedos jugaban con mis pezones.
A medida que sus caricias se intensificaban, nuestras respiraciones se iban volviendo más y más pesadas.
Cuando su boca abandonó la mía para que pudiésemos recuperar el resuello; fue descendiendo hacia abajo, recorriendo mi cuello con su aliento. Su boca reemplazó a una de sus manos, mordiéndome suavemente el pezón, en tanto que, liberada esa mano, continuó investigándome hacia abajo, acariciándome el vientre con la palma abierta, hasta el borde de mis braguitas del bikini.
Mi cuerpo reaccionó arqueándose hacia él, mis brazos le abrazaban con fuerza, intentando retenerle pegado a mi cuerpo.
Nuestras miradas se encontraron por un instante. Permanecía aún sentado en la tumbona, con el torso reclinado sobre mí, acariciándome el nacimiento del pelo.
Tras retirar mis manos de su nuca, se incorporó para observarme, volviendo a colocar mis brazos en la postura inicial, extendidos por encima de mi cabeza. Con la mirada me indicó que no las moviese de donde las había colocado; a lo que asentí silenciosamente, cerrando los ojos, entregándome a él.
Sus manos se deslizaron por mis pechos y mi cintura, hasta llegar al punto donde las tiras de mi bikini se ajustaban a mis caderas. Aún recuerdo el tirón de la tela al deshacerse los nudos; a pesar de tener los ojos cerrados, sentía su mirada clavada en mi cuerpo.
—¡Mírame, Claire!, —me ordenó. Le obedecí. Vi en sus ojos lo que en ese instante supuse que debía ser deseo. Levanté ligeramente la cadera; sin decir palabras, retiró la fina tela de debajo de mí, dejándome completamente desnuda ante él.
—¡Eres preciosa!, —susurró, tendiéndose sobre mí, mientras me abría las piernas, colocando una rodilla entre ellas. Todavía mantenía la otra apoyada en la fría baldosa del piso de la torre.
Volvió a besarme en la boca con más ansias aun si cabe. Recorrió todo mi cuerpo con su boca y sus manos, en dirección a mis pies.
Colocándose de rodillas en el suelo, tiró de mis piernas hasta el borde de la tumbona. Sentí su mirada entre mis piernas. Instintivamente, intenté cerrarlas para ocultar esa parte tan íntima de mí; pero él, con una mirada felina, me indicó que no me atreviera a cerrarlas.
Recorrió mis piernas con besos, primero desde el tobillo hasta las rodillas, y después por la cara interna de mis muslos; obligándome a abrirle aún más mis piernas.
Cuando me percaté de lo que pretendía intenté retirarme, tratando de incorporarme de golpe; pero, sujetándome con firmeza con sus manos sobre mis caderas, él me lo impidió.
—¡Quiero ser el primero en devorarte! —Me obligó a tumbarme de nuevo y, tapándome la cara con las manos, me dejé hacer.
Continuó con la tortura de breves besos sobre la cara interna de mis muslos; mientras que, con sus dedos, separó los pliegues de mi sexo e introdujo un dedo dentro de mí, que comenzó a mover suavemente. Automáticamente, todo mi cuerpo se tensó.
La Tentación
—¡Relájate!, —me dijo, al mismo tiempo que su pulgar presionaba un punto completamente desconocido para mí, removiendo su índice dentro de mi humedad—. ¡Abre más las piernas!, voy a meterte otro dedo—. Cosa que hizo de inmediato, y una vez que hubo sumergido sus dedos en mí; empezó a moverlos de fuera a dentro, y de dentro a fuera, sujetándome por el vientre con la otra mano.
Cuando saco los dedos de mi interior para colocar sus manos debajo de mis nalgas, emití un leve quejido de frustración, que silencié cuando volví a sentir sus labios recorriendo mis muslos, alucinando con lo que vendría a continuación.
—¡Tienes una mancha de nacimiento en un sitio muy especial e íntimo!, —me dijo apoyando su barbilla en mi vello púbico; se refería a una pequeña peca con forma de media luna, situada justo al lado de los labios de mi sexo. Escondida de las miradas indiscretas.
—¡No se lo contarás a nadie!, —repliqué de modo cómplice, mientras me incorporaba, apoyándome sobre mis codos y sonriéndole.
—¡Será nuestro secreto!, —me dijo volviendo a desaparecer entre mis piernas, y depositando un beso en el centro de mi ser.
—¡Tus brazos! ¡Túmbate!, —me ordenó. Sentí su aliento en la parte más íntima de mi cuerpo Le obedecí abandonándome al disfrute de la sensación de su lengua invadiendo mi sexo. Mi cuerpo trataba de absorber todas las emociones que ese hombre me estaba regalando; me sentía flotar en medio de un mar de nubes blancas.
—¡Déjate llevar!, —me dijo, exhalando de nuevo su aliento contra mi sexo, y volviendo a introducir su lengua dentro de mí. Sus manos me acariciaban y jugaban con mis pechos—. ¡Ahora!, —me susurró sujetando con firmeza mis caderas.
Y en ese momento salté, salté de las nubes para aterrizar en sus brazos a la vez que gritaba su nombre. ¡Marco!
Él subió despacio besando cada milímetro de mi piel que encontraba a su paso, hasta llegar a mi boca, devorándome con ansias. De pronto, sentí algo duro contra mi vientre. Tímidamente le abracé con brazos y piernas a la vez que movía mis caderas; concediéndole permiso para que prosiguiera hasta la completa y plena consumación; preguntándome cómo, qué sentiría. Me daba absolutamente lo mismo que el hombre que tenía sobre mi cuerpo fuera dieciséis años mayor que yo, que fuese el mejor amigo de mi hermano, y mucho menos me importaban las consecuencias que aquel acto pudiera tener.
—¡Me gusta el sabor de tu miel!, —me dijo interrumpiendo mis pensamientos—. ¡Es fantástico! Sabes a chocolate con fresas, dulce y exquisito, pero a la vez prohibido—, su cabeza se deslizaba entre mi cuello y mi hombro, escondiéndose en esa concavidad.
—¿Y tú?, —pregunté tímidamente, a lo que reaccionó colocando suavemente un dedo sobre mis labios.
—¡Ssshhh!, —me hizo callar acariciándome de nuevo los labios con su pulgar, consiguiendo que me estremeciera—. Creo que esto ha sido un regalo más para mí que para ti. No puedo—, inclinó pesadamente la cabeza dirigiendo su mirada hacia mis pechos; y levantándola un segundo después, me dijo mirándome a los ojos con pesar—: ¡No voy a arrebatarte tu virginidad! ¡Mi princesa! —Levanté nuevamente la cadera hacia él, incitándole, provocándole—. ¡No hagas eso! —murmuró cerrando los ojos cuando sintió que me movía debajo de él, frotándome contra su masculinidad.
—¿Y si quisiera regalártela a ti?, —pregunté con picardía, manteniéndome completamente inmóvil. No porque yo lo quisiera, sino porque él halló la forma de inmovilizarme—. ¿Prefieres que se la regale a alguien que no la merezca?
—¿Y crees que yo la merezco? —Su pregunta cargada de sorna me hizo reflexionar.
—¡Creo que no!, —dije sintiéndome rechazada. Con un cambio brusco; él se apartó repentinamente de mí, lanzándome el bikini sobre mi estómago.
—¡Vístete!, —me ordenó en un tono de voz bastante seco—. Alguien podría subir y no sería correcto que te encontraran así, y menos conmigo.
En menos de un minuto me puse el bikini y, recogiendo mis cosas, bajé directamente a esconderme en mi cuarto, dejándole solo en la torre.
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Aquella fue la última vez que le vi. Hace ya casi siete años.

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