sábado, 23 de mayo de 2020

Crossroads Hills: La joven irlandesa

💓💓💓💓💓💓


Todo comenzó con el hundimiento del gran trasatlántico al que todo el mundo llamaba insumergible: R.M.S. Titanic.
Como todo el mundo sabe, el R.M.S. Titanic salió de Southampton un 10 de abril de 1912. Dos días antes de aquella fecha, Courtney contrajo nupcias  con el hombre que su padre le había impuesto, Max O'Connor; una boda que marcaría para siempre el destino de esta joven irlandesa.
Su padre era todo lo que ella tenía en este mundo; era la persona en la que más confiaba, a pesar del trato tosco y bruto que recibía de él. Courtney sabía que aquello se debía a la amargura que le había producido la muerte temprana e inesperada de su madre, cuando apenas ella tenía doce años. Nunca hubiese imaginado que ese hombre sería el causante de todas las penurias que sufriría en su vida, aunque también resultaría ser quién la dirigiese hacia todas sus dichas.
Max O’Connor llevaba tiempo deseando casar a su hija, pero no quería entregársela a cualquiera. En realidad, quería hacer negocio con ese matrimonio. Conseguir más dinero para sus vicios.
Derek Williams, el hombre que se convertiría en el esposo de Courtney, de nacionalidad inglesa, ya había entrado en la cincuentena. Derek, sin que Max ni siquiera llegase a sospechar, sabía de la existencia de Courtney. Una joven hermosa que cuidaba, con devoción, dedicación y obediencia absoluta a su padre, que apenas era un par de años mayor que Derek. A su lado, Courtney parecía una niña.
Max mantenía una relación comercial un tanto extraña con Derek. Los negocios en los que ambos hombres se movían no eran del todo limpios; y mucho menos debían ser mencionados en presencia de la joven; todo ello giraba en torno a apuestas ilegales y mujeres de no tan buena vida.
Derek, en aquellos días, había viajado a Cork, dónde Courtney vivía con su padre. Había planeado paso a paso su plan. Nada podía salir mal. El padre de Courtney era un pésimo jugador de cartas y, si aún fuese posible, un peor bebedor. Así que éste cayó en las redes de Derek que, poco a poco, vio madurar los frutos de su plan, que no era otro que obtener la mano de Courtney.
Debido a varios trapicheos, y como pago de una deuda de juego, el padre de Courtney, aceptó casar a su hija con aquel hombre.
Courtney viajó desde Cork hasta la capital inglesa acompañada de su progenitor. Ella no supo acerca del motivo real de aquel viaje hasta que se encontró en medio de una capilla, en uno de los suburbios más concurridos, oscuros y sucios, del Londres de comienzos del siglo veinte.
Derek estaba de pie, esperaba satisfecho a la mujer que se convertiría en su esposa en apenas unos minutos. Sonrió complacido cuando vio a la joven, que no podía imaginar con qué intenciones deseaba casarse con ella. De hecho, Derek era un hombre que siempre planeaba meticulosamente todo lo que hacía; no era alguien que actuase por impulso.
El novio escupió en el suelo, lo que provocó una mirada reprobatoria del párroco de la Iglesia que aquél ignoró, a la par que miraba con desprecio a su futuro suegro: un hombre inútil, calvo, y con una barriga prominente; producto de ingerir cantidades ingentes de cerveza y al que era sumamente fácil engañar en una simple partida de pocker.
—Padre, —dijo Courtney cuando comprendió qué era lo que iba a suceder en aquel lugar; pronunció esas palabras casi en un susurro—, no puede obligarme a casarme con ese hombre—. La joven giró su rostro hacia su flamante novio—. Me dobla la edad. ¡Y no le conozco! —Courtney, por más que lo intentaba, no lograba recordar si lo había visto antes. Lo único que tenía claro era que tendría la misma edad que su progenitor.
Hacía algunos años que Derek Williams había superado la barrera de los cincuenta; no se hacía problemas en casarse con alguien más joven que él. Courtney apenas era una niña de veintidós años.
—Courtney, —Max asió por el codo a la joven, llevándola, casi a rastras, a un lateral de la iglesia—. Harás lo que tu padre te ordene—, el hombre comenzó a zarandear a la joven de forma brusca—, ¿Está claro? —Courtney miró hacia el altar; un perfecto desconocido estaba esperando para convertirla en su esposa. Lo vio hurgándose la nariz de una forma grotesca, lo que le produjo un estupor absoluto. Un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar en lo que ese hombre esperaría de ella esa misma noche. Courtney aún creía que algún día conocería a su alma gemela, con la que compartiría su vida, sus sueños. A la que le entregaría su virginidad y le daría hijos—. Si no haces lo que te ordeno, —añadió su padre sacándola de sus sueños imposibles—, no oses jamás regresar a casa. No eres sino un estorbo —agregó con desprecio en la voz—. ¡Y no llores! —añadió—. ¡Tú obligación es casarte! Y lo harás con el hombre que yo desee y más me convenga. ¡Serás el pago de mis deudas! —repuso sin ningún tipo de pudor, admitiendo la mezquindad de su acto.
Max empujó a su hija, sin atisbo de compasión, quién cayó al suelo de la iglesia.
—¡Límpiate la cara! —le dijo su padre con desprecio; tirándole un pañuelo que ella misma había bordado con las iniciales de su progenitor y que había sido un regalo en su último cumpleaños—. ¿No querrás que la primera noche tu marido busque en cualquier furcia lo que tú debes entregarle, por derecho propio, porque tú no le resultes atractiva?
Courtney miraba con sorpresa a su padre, aquel no era el hombre cariñoso que en otro tiempo había sido; antes que su madre muriese por aquellas extrañas fiebres.
Con lágrimas en los ojos, la joven no tuvo otro remedio que asentir con la cabeza. Se puso en pie y, tras limpiarse la cara, le devolvió el pañuelo a su padre que lo rechazó. Tal vez en el fondo de su corazón sentía la crueldad de su acto y quería que la joven tuviese un recuerdo de él.
La boda apenas fue un trámite, un intercambio de anillos obtenidos por Derek de una forma no demasiado escrupulosa. Tampoco hubo ningún tipo de celebración por el enlace.
Derek era un hombre que se movía en negocios turbios; tenía sus deudas y no podía gastar más de lo estrictamente necesario.
La noche de bodas, tras varios intentos fallidos de de consumar el matrimonio, Derek abandonó malhumorado el cuarto de la pensión de mala muerte donde estaban pasando su primera noche como marido y mujer.
Derek bajó a la taberna en la que, como cada noche, hombres de aspecto descuidado y demasiado pasados de whiskey charlaban sobre el magnífico barco que se encontraba atracado en el puerto de Southampton. Había escuchado acerca de ese majestuoso navío. El insumergible le llamaban. Viajar en él, salir de Inglaterra. Por un momento, Derek pensó que esa sería una forma de escapar de las deudas. Ahora tenía una esposa y, como ya había sospechado días atrás, quizás él no podría disfrutar de ella. Pero otros hombres sí podrían hacerlo por él. Lo mejor de su plan era que podría ganar mucho dinero a costa de la joven. Había escuchado que en Nueva York pagaban fortunas por acostarse con mujeres hermosas como la suya. Las pelirrojas eran consideradas exóticas.
—Y, ¿cuándo decís que parte ese barco? —preguntó Derek a unos hombres que bebían y charlaban animadamente. Tomó asiento junto a ellos sin que le invitasen.
—En dos días, —respondió uno de los hombres sin mirar a Derek—, pero no creo que haya pasajes disponibles. Y si los hubiera, te costarían demasiado dinero, amigo—. Los hombres rieron de forma escandalosa.
—¿Cómo estás seguro de eso? —Derek observó al hombre; había bebido demasiado, era una presa fácil. Rápidamente trazó un plan.
—Me lo dijo el hombre que me vendió tres de los últimos. Mañana por la mañana mi hermano y yo, junto a su esposa, tomaremos un tren hasta Southampton. Y de allí a Nueva York. Dicen que hay una hermosa estatua dedicada a La Libertad en la entrada del puerto, saludando a los barcos que entran en la bahía. —Derek miró a los acompañantes del borracho, tratando de adivinar quién de ellos viajaría con ese hombre—. Mi hermano está durmiendo, —continuó mientras miraba hacia un hombre, algo más joven que los otros, recostado contra una de las mesas cercanas—. ¡Demasiado whiskey! —Todos volvieron a reír, excepto Derek—. ¡Y su joven esposa durmiendo solita! —exclamó el borracho y suspiró a la vez—. Alguien debería subir y darle lo que se merece—. Otra vez estallaron en carcajadas, abriendo mucho los ojos, cuando escucharon aquellas palabras.
—¿Cuánto quieres por los billetes de tu hermano y su mujer? —Derek preguntó decidido.
—¿Cuánto puedes ofrecerme? —Derek vio la lujuria y la ambición en los ojos del borracho.
—Acompáñame, —dijo Derek poniéndose en pie. —Tengo algo que podría interesarte—. Sonrió apostándolo todo a una sola carta—. ¿Te gustan las mujeres hermosas? —le preguntó al darse cuenta que el hombre desconfiaba. No las tenía todas consigo, pero quiso aprovecharse de las insinuaciones que acababa de hacer con respecto a su cuñada.
—¿Y a quién no? —respondió el dueño de los pasajes poniéndose también en pie; trataba de encararse con Derek, aunque éste se mantenía firme.
Tras un pequeño duelo de miradas, el borracho aceptó acompañar a Derek a ver eso tan interesante que podía ofrecerle; hasta la sucia habitación donde Courtney dormía.
§§§
—¡Es hermosa! —dijo el borracho a Derek sin mirarle.
Ambos hombres habían entrado sigilosamente en el cuarto, sin hacer ruido. Derek retiró las mantas que cubrían el cuerpo de su esposa. Estaba desnuda; se había asegurado de no dejar nada de su ropa en la habitación. Así se aseguraba que ella no tratase de escapar debido al pudor que le ocasionaría andar desnuda por aquel lugar.
Los ojos de su acompañante no podían apartarse de esa piel extremadamente blanca, de los pezones, con sus aureolas sonrosadas, y ese triángulo pelirrojo entre las piernas de la mujer. Había visto muchas pelirrojas en su vida, pero era la primera vez que veía a una desnuda.
—Puedes follártela toda la noche a cambio de los billetes —susurró Derek—. Quizás, se parece un poco a tu cuñada, esa carne que tanto te gusta y que está prohibida para ti.
—¡Mi hermano me matará! —el hombre miró a Derek de nuevo; desconfiado.
—También puedes ir y follarte a tu cuñada, —añadió Derek—. Aunque no estaría nada bien visto —dijo mientras sonreía de medio lado, fingía una moralidad que no tenía en absoluto.
—¿Cuál es tu relación con ella? —preguntó el borracho a Derek.
—Nos hemos casado hoy mismo.
—¿Quieres que me folle a tu mujer? —El propietario de los billetes no sabía si debía reírse ante semejante disparate.
—Sí, —respondió Derek con frialdad—. Te ofrezco cada uno de los agujeros de esta mujer a cambio de un par de pasajes del R.S.M. Titanic —sentenció—. Podrás viajar con tu tercer billete y tu hermano no podrá matarte. Estarás lejos. —Y prosiguió—: Cuando él se despierte de esa borrachera que lleva, —chasqueó la lengua—, tú estarás muy lejos, amigo mío.
El hombre barrió con la mirada, llena de lujuria, el cuerpo desnudo de Courtney. Su mente le decía que no era una buena idea; su hermano no estaría de acuerdo, salvo que también él pudiese disfrutar de esa joven. Pero aquel estaba borracho, durmiendo sobre una sucia mesa de la asquerosa taberna donde había tropezado con aquel desconocido. Miró un instante a ese hombre, preguntándose qué podría pasar por su mente para ofrecerle su mujer a un completo desconocido.
—Los pasajes, —dijo Derek impaciente—. ¡Es virgen! —añadió Derek al ver la duda en los ojos del borracho—. Es toda tuya, —añadió tras arrancarle los billetes de las manos—; pero solo por esta noche, mañana viajaremos para embarcarnos en ese navío y alejarnos de Europa para siempre.

💓💓💓💓💓💓


Puedes seguirme en facebooktwitterinstagram y youtube.