lunes, 20 de noviembre de 2017

#TheFourBrothers #Blackfriday2017

Llega el #Blackfriday y el primer aniversario de la publicación de #LaTraición, última entrega de la #trilogía #TheFourBrothers. Por ello, quiero celebrarlo con una promoción de la trilogía que no vais a poder ignorar. Completa, o hazte con la trilogía al completo a unos precios increíbles.



Os dejo un pequeño aperitivo de la historia...

The Four Brothers 1 - La Tentación 

¡Hola, princesa! ¿Siempre tomas el sol así?, me dijo una voz en el oído. Estaba cómodamente tumbada boca arriba, tomando el sol en topless en la torre más alta de Cove Castle, a la que solo se accede por del corredor que da a mi habitación; así que tan solo yo, mi hermano, o el servicio, podemos acceder.
Le veía en raras ocasiones,  pues como yo estaba interna en un colegio de monjas, rara vez tenía oportunidad de ver a sus amigos.
Quise ponerme rápidamente la parte de arriba de mi bikini, que había dejado abandonado en el suelo. Pero él fue más rápido y, tras agacharse para recogerlo, lo retuvo entre sus manos, que mantenía a su espalda; al mismo tiempo se sentaba en mi tumbona, a la altura de mis caderas. Automáticamente cubrí mis pechos con mis brazos, gesto que le arrancó una sonora carcajada.
Sin darme tiempo a reaccionar, me cogió de las muñecas colocándolas por encima de mi cabeza y, reclinando ligeramente su cuerpo contra el mío, pero sin llegar a tocarnos, me dijo:
¡Deberías echar el cerrojo de la torre, cuando subas aquí a tomar el sol! La sonrisa seductora que me regaló, hizo que algo desconocido, entre mis piernas, me hiciera estremecer. ¡Sobre todo si lo vas a hacer desnuda! De nuevo otra sonrisa. Moví impulsivamente mis piernas. Doblándolas y extendiéndolas, no era yo quien realmente las controlaba.
Pues, como tú has entrado, podría entrar cualquiera ahora mismo, – dije tratando de liberarme de él, pero sin conseguirlo. incluso mi hermano. ¿Cómo se lo explicarías? – Esboce una sonrisa forzada. Además, – insistí imprimiendo a mi voz una seguridad en, que no sé de donde saqué. En ese momento, ya había dejado de moverme; no estoy desnuda. ¡Estoy haciendo topless!
Para su información, señorita, me dijo muy despacio, he echado el cerrojo, así que nadie va a entrar desde el otro lado si nosotros no le abrimos. – Mientras seguía hablando, recorría todo mi cuerpo con la mirada, sin borrar esa gran sonrisa de su rostro. ¡No es que esas braguitas que llevas puestas tapen gran cosa!
Levantó de nuevo su mirada a mis ojos y sentí que su respiración cambiaba, tornándose completamente acelerada.
Claire, me dijo intentando recuperar la compostura, ¿cuántos años cumples mañana?
– Dieciséis, – respondí, también con mi respiración acelerada. Sentía como mi pecho subía y bajaba vertiginosamente. Él estaba tan cerca de mí que, por momentos, mis pezones rozaban ligeramente su camisa. Sabía que a pesar de ser tan joven, mi cuerpo aparentaba el de una mujer de más edad.
¿Eres virgen?, me preguntó mirándome a los ojos.
¡Qué! – Mi voz reflejo que me sentía claramente indignada por su pregunta. – ¿Cómo te atreves a preguntarme algo así?, respondí con otra pregunta, sinceramente ofendida.
  ¡Respóndeme!, me contestó con calma, deduje que no se iba a quedar tranquilo hasta que no le diese una respuesta.
Cerré los ojos y asentí ligeramente con la cabeza, pero no fui capaz de articular palabra alguna. Sentí una extraña sensación en el estómago. El roce de su camisa con mis pezones hacía aflorar una ligera humedad en mi entrepierna. Instintivamente frotaba mis piernas una contra la otra, tratando de controlar la reacción que su roce producía en mi cuerpo. Una sensación desconocida para mí.
¿Alguna vez te han besado?,Aún mantenía sujetas mis manos con una de las suyas; mientras que con la otra perfilaba mi labio inferior.
No, – respondí abriendo los ojos y encontrándome con su mirada
Quiero hacerte un regalo, – me dijo, con la voz algo apagada por el deseo, a la vez que su mano abandonaba mi boca yendo al encuentro de la otra, sobre mis muñecas.
Si te suelto, – buscó mi mirada, ¿me prometes que no gritaras y permanecerás tumbada dónde estás?– Me miro muy serio, pidiéndome sinceridad. En ese instante no lo pensé, tan solo asentí con la cabeza. – Dímelo en voz alta, Claire, – exigió, inclinándose todavía más hacia mí, acercando su rostro al mío. ¿Confías en mí? Su voz era tan solo un sensual susurro.
– Sí, te lo prometo, – dije mirándole a los ojos. ¡Confió en ti!
En ese instante me soltó, pero yo no retiré los brazos de donde él les había dejado. Sin dejar de mirarnos a los ojos, sentí sus manos acariciándome lentamente a lo largo de mis brazos hasta mis hombros, para finalmente rodear dulcemente mi rostro.
Instintivamente, humedecí mis labios con la lengua cuando vi que sorteaba la distancia entre nuestros rostros, depositando sus labios sobre los míos. Los rozó apenas en una caricia, abandonándolos enseguida. Giró despacio hacia mi mejilla derecha, regándola con leves roces de sus labios que repartió hasta llegar a mi sien, pasando por mi frente, y haciendo después el camino inverso. Sus labios volvieron a pasar por los míos y, tras mirarme durante un segundo a mis ojos; se apoderó de mi boca, animándome a abrir mis labios para él, buscando el contacto de su lengua con la mía.
Mis brazos, adquiriendo vida propia, se movieron; desobedeciéndole, le rodeé en un abrazo. Sus manos se deslizaban entre nuestros cuerpos recogiendo con ternura mis pechos que, por aquel entonces apenas habían empezado a aflorar, pero que ya daban muestras de lo que un día serían. Sentí como sus dedos jugaban con mis pezones.
A medida que sus caricias se intensificaban, nuestras respiraciones se iban volviendo más y más pesadas.
Cuando su boca abandonó la mía para que pudiésemos recuperar el resuello; fue descendiendo hacia abajo, recorriendo mi cuello con su aliento. Su boca reemplazó a una de sus manos, mordiéndome suavemente el pezón, en tanto que, liberada esa mano, continuó investigándome hacia abajo, acariciándome el vientre con la palma abierta, hasta el borde de mis braguitas del bikini.
Mi cuerpo reaccionó arqueándose hacia él, mis brazos le abrazaban con fuerza, intentando retenerle pegado a mi cuerpo.
Nuestras miradas se encontraron por un instante. Permanecía aún sentado en la tumbona, con el torso reclinado sobre mí, acariciándome el nacimiento del pelo.
Tras retirar mis manos de su nuca, se incorporó para observarme, volviendo a colocar mis brazos en la postura inicial, extendidos por encima de mi cabeza. Con la mirada me indicó que no las moviese de donde las había colocado; a lo que asentí silenciosamente, cerrando los ojos, entregándome a él.
Sus manos se deslizaron por mis pechos y mi cintura, hasta llegar al punto donde las tiras de mi bikini se ajustaban a mis caderas. Aún recuerdo el tirón de la tela al deshacerse los nudos; a pesar de tener los ojos cerrados, sentía su mirada clavada en mi cuerpo.
¡Mírame, Claire!, me ordenó. Le obedecí. Vi en sus ojos lo que en ese instante supuse que debía ser deseo. Levanté ligeramente la cadera; sin decir palabras, retiró la fina tela de debajo de mí, dejándome completamente desnuda ante él.
¡Eres preciosa!, susurró, tendiéndose sobre mí, mientras me abría las piernas, colocando una rodilla entre ellas. Todavía mantenía la otra apoyada en la fría baldosa del piso de la torre.
Volvió a besarme en la boca con más ansias aun si cabe. Recorrió todo mi cuerpo con su boca y sus manos, en dirección a mis pies.
Colocándose de rodillas en el suelo, tiró de mis piernas hasta el borde de la tumbona. Sentí su mirada entre mis piernas. Instintivamente, intenté cerrarlas para ocultar esa parte tan íntima de mí; pero él, con una mirada felina, me indicó que no me atreviera a cerrarlas.
Recorrió mis piernas con besos, primero desde el tobillo hasta las rodillas, y después por la cara interna de mis muslos; obligándome a abrirle aún más mis piernas.
Cuando me percaté de lo que pretendía intenté retirarme, tratando de incorporarme de golpe; pero, sujetándome con firmeza con sus manos sobre mis caderas, él me lo impidió.
¡Quiero ser el primero en devorarte! Me obligo a tumbarme de nuevo y, tapándome la cara con las manos, me dejé hacer.
Continuó con la tortura de breves besos sobre la cara interna de mis muslos; mientras que, con sus dedos, separó los pliegues de mi sexo e introdujo un dedo dentro de mí, que comenzó a mover suavemente. Automáticamente, todo mi cuerpo se tensó.
¡Relájate!, me dijo, al mismo tiempo que su pulgar presionaba un punto completamente desconocido para mí, removiendo su índice dentro de mi humedad. ¡Abre más las piernas!, voy a meterte otro dedo. – Cosa que hizo de inmediato, y una vez que hubo sumergido sus dedos en mí; empezó a moverlos de fuera a dentro, y de dentro a fuera, sujetándome por el vientre con la otra mano.
Cuando saco los dedos de mi interior para colocar sus manos debajo de mis nalgas, emití un leve quejido de frustración, que silencié cuando volví a sentir sus labios recorriendo mis muslos, alucinando con lo que vendría a continuación.
¡Tienes una mancha de nacimiento en un sitio muy especial e íntimo!, me dijo apoyando su barbilla en mi vello púbico; se refería a una pequeña peca con forma de media luna, situada justo al lado de los labios de mi sexo. Escondida de las miradas indiscretas.
¡No se lo contarás a nadie!, – repliqué de modo cómplice, mientras me incorporaba, apoyándome sobre mis codos y sonriéndole.
¡Será nuestro secreto!, me dijo volviendo a desaparecer entre mis piernas, y depositando un beso en el centro de mi ser.
¡Tus brazos! ¡Túmbate!, me ordenó. Sentí su aliento en la parte más íntima de mi cuerpo Le obedecí abandonándome al disfrute de la sensación de su lengua invadiendo mi sexo. Mi cuerpo trataba de absorber todas las emociones que ese hombre me estaba regalando; me sentía flotar en medio de un mar de nubes blancas.
¡Déjate llevar!, me dijo, exhalando de nuevo su aliento contra mi sexo, y volviendo a introducir su lengua dentro de mí. Sus manos me acariciaban y jugaban con mis pechos. ¡Ahora!,me susurró sujetando con firmeza mis caderas.
Y en ese momento salté, salté de las nubes para aterrizar en sus brazos a la vez que gritaba su nombre. ¡Marco!
Él subió despacio besando cada milímetro de mi piel que encontraba a su paso, hasta llegar a mi boca, devorándome con ansias. De pronto, sentí algo duro contra mi vientre. Tímidamente le abracé con brazos y piernas a la vez que movía mis caderas; concediéndole permiso para que prosiguiera hasta la completa y plena consumación; preguntándome cómo, qué sentiría. Me daba absolutamente lo mismo que el hombre que tenía sobre mi cuerpo fuera dieciséis años mayor que yo, que fuese el mejor amigo de mi hermano, y mucho menos me importaban las consecuencias que aquel acto pudiera tener.
¡Me gusta el sabor de tu miel!,me dijo interrumpiendo mis pensamientos. – ¡Es fantástico! Sabes a chocolate con fresas, dulce y exquisito, pero a la vez prohibido, –Su cabeza se deslizaba entre mi cuello y mi hombro, escondiéndose en esa concavidad.
¿Y tú?, – pregunté tímidamente, a lo que reaccionó colocando suavemente un dedo sobre mis labios.
¡Ssshhh!, me hizo callar acariciándome de nuevo los labios con su pulgar, consiguiendo que me estremeciera. – Creo que esto ha sido un regalo más para mí que para ti. No puedo, inclino pesadamente la cabeza dirigiendo su mirada hacia mis pechos; y levantándola un segundo después, me dijo mirándome a los ojos con pesar: ¡No voy a arrebatarte tu virginidad! ¡Mi princesa! Levanté nuevamente la cadera hacia él, incitándole, provocándole. ¡No hagas eso! – murmuró cerrando los ojos cuando sintió que me movía debajo de él, frotándome contra su masculinidad.
¿Y si quisiera regalártela a ti?, –pregunté con picardía, manteniéndome completamente inmóvil. No porque yo lo quisiera, sino porque él halló la forma de inmovilizarme. ¿Prefieres que se la regale a alguien que no la merezca?
¿Y crees que yo la merezco? – Su pregunta cargada de sorna me hizo reflexionar.
¡Creo que no!, – dije sintiéndome rechazada. Con un cambio brusco; él se apartó repentinamente de mí, lanzándome el bikini sobre mi estómago.
¡Vístete!, me ordenó en un tono de voz bastante seco. Alguien podría subir y no sería correcto que te encontraran así, y menos conmigo.

En menos de un minuto me puse el bikini y, recogiendo mis cosas, bajé directamente a esconderme en mi cuarto, dejándole solo en la torre.

The Four Brothers 2 - La Manipulación 


Cuando abro la puerta de la habitación, comprendo el porqué del olor de las sabanas, la calidez de la estancia, porque todo a mí alrededor me recordaba a mi princesa. ¡Mi Claire!
¡Estoy en su casa! Aunque no he dormido en su habitación. ¡Es la habitación de invitados! En realidad, nunca había entrado en ella, por eso no la había reconocido.
Me llevo instintivamente las manos a mi cabeza, tratando de contener de alguna manera, esos pequeños hombrecitos que parecen estar picando piedra dentro. Miro a derecha e izquierda a lo largo del pasillo vacío que se extiende ante mí.
Su puerta está cerrada.
Doy un paso en dirección a su dormitorio, mientras todo a mi alrededor permanece en silencio. A pesar de saber que Charly tiene que estar en su habitación, que sé que es la puerta situada justo en frente de la de Claire. Lo pude comprobar en aquella ocasión, lo que no quiero recordar, cuando busqué su maletín en el vestidor.
Necesito verla, aunque solo sea durante un segundo y de lejos. Tan solo quiero comprobar con mis propios ojos que está bien. Sé que llegó a casa. Pude comprobarlo por el localizador GPS que lleva instalado en su móvil.
Giro despacio el pomo de su puerta, apenas la he abierto unos milímetros, no he podido ni siquiera vislumbrar aun el interior del dormitorio que me conozco completamente de memoria, cuando la puerta de Charly se abre pillándome completamente in fraganti.
– ¿Qué estás haciendo? – Retrocedo el movimiento de mi mano volviendo a cerrar la puerta. Por el gesto de Charly, puedo deducir que está molesto por algo o con alguien. Evidentemente conmigo, por lo que estaba tratando de hacer.
Tiene el aspecto de acabar de salir de la ducha, con el pelo aun mojado. Viste unos vaqueros negros con una camisa azul clara y zapatillas deportivas.
– ¡Buscaba el baño! – Los movimientos de mi vejiga me dan la pista para la excusa perfecta y, así pueda comprender mi confusión. Señala con la mirada la puerta situada justo en frente del dormitorio del cual acabo de salir. Le hago un gesto agradeciéndole la información, y me escondo en el interior.
Me apoyo contra la puerta nada más entrar. No sé muy bien que es lo que estoy haciendo en casa de Claire. No recuerdo como he llegado hasta aquí. Lo que sí es seguro, es que Charly sí lo sabe.
Observo la estancia donde me encuentro, acercándome al lavabo individual incrustado en una pulcra encimera gris. Alzo la cabeza y me miro en el espejo. ¡Tengo una pinta horrible! Me noto la boca pastosa. Los rizos están completamente incontrolados, y mi barba incipiente junto al desaliñado de mi ropa, hace que parezca un indigente.
Miro a mi izquierda, a través de la ventana.
Hay unas vistas increíbles sobre los tejados de la ciudad, con el sol saliendo por el horizonte entre el sky line, reflejándose en los cristales de las ventanas de los edificios vecinos. Calculo que deben ser alrededor de las 8 de la mañana. Digo calculo, porque mi Tag Heuer tiene un golpe muy feo en la esfera. Es evidente que ha muerto.
Tras aliviar mi vejiga, me lavo la cara y me mojo el pelo, tratando de acomodar mis rizos en su sitio, aunque me doy por vencido considerándolo una hazaña completamente imposible.
Salgo de nuevo al pasillo.
Oigo a Charly trastear en la cocina, por lo que desisto en mi intento de echarle un vistazo a Claire. Observo mis pies sin mis zapatos, que aún no he sido capaz de encontrar.
– ¡Buenos días! – Lo saludo desde el umbral de la puerta. Sin que me invite a ello, entro y directamente me dejo caer sobre el banco de la cocina. Doblada sobre el respaldo del banco veo mi chaqueta, pero de mi abrigo y mis zapatos, de momento ni rastro. Por no hablar de mi cartera, mi móvil, las llaves de mi coche y de mi casa.
– Hola. – Se acomoda contra la encimera de la cocina a la vez que se cruza de brazos, mientras me observa atentamente.
– ¿Qué es lo que hago en casa de tu hija? – Pregunto directamente. Me sonríe por un instante, aunque su sonrisa desaparece más rápido incluso de lo que ha aparecido.
– ¿No te acuerdas de nada? – Niego con la cabeza, animándolo a que continúe. – Greg me llamo anoche, avisándome que te habías bebido dos botellas de whiskey tu solito, y que estabas montando un escándalo por que la camarera no te quería dar más. – Greg es nuestro jefe de seguridad en el “Chalhema”.
Se gira sobre sí mismo, para programar la cafetera. La misma que tantas veces he visto programar a Claire para mí. Recuerdo la primera vez que me ofreció un café en esta misma cocina. Estaba tan nervioso por la reunión que tenía con Torres, que se lo rechacé. ¡Y ni siquiera entonces sabía quién era ella realmente!
– ¿Café? – Me ofrece sin mirarme, apartándome de mis recuerdos
– Por favor. – Mi voz suena a súplica. En realidad lo necesito con urgencia. – ¡Y si tienes algo para el dolor de cabeza, te lo agradecería! – Apoyo mi cabeza sobre mis manos. – ¡Está a punto de explotarme!
Abre un cajón a su derecha, y tras cerrarlo, haciendo más ruido del que considero que soy capaz de soportar, me lanza sobre la mesa un blíster ya empezado de un analgésico, a la vez que me tiende un vaso de agua. Me tomo una pastilla mientras trato desesperadamente de recordar, que fue lo que ocurrió después de mi tercer whiskey.
– Cuando llegué no dejabas de decirme que la habías cagado con ella. – Lo miro asustado. No recuerdo exactamente qué fue lo que le conté. ¿Y si hablé de Claire? Supongo que de haber dicho algo, no estaría tan tranquilo sirviéndome un café y dejando un plato de muffins sobre la mesa, ante mí, a pesar que prefiero los donuts de chocolate. Lo que hace que recuerde de nuevo a mi princesa. Con sus labios llenos de chocolate, después de comer uno de ellos. Cierro los ojos recordando cómo en esas ocasiones, le limpiaba sus labios pringados con mi lengua para después... Me remuevo inquieto tratando de disimular mi molesta entrepierna, y me lanzo hambriento hacia uno de los muffins.
– ¿Qué es lo que te conté exactamente? – Pregunto directamente, tras tomar un sorbo de café.
– No mucho. – Suspiro aliviado. – Solo decías que eras un cabrón y que no merecías que ella te quisiera. – Me mira fijamente. – ¡Te lo dije! – Lo miro expectante tras dar otro sorbo a mi café, mientras se sienta en frente mío con el suyo entre las manos, e hincarle el diente a uno de los muffins.
– ¿A qué te refieres? – Me sonríe mientras traga lo que tiene en la boca. Tengo la sensación, que está riéndose de mí.
– Te dije que tarde o temprano, encontrarías a la persona adecuada. – Me mira escrutándome. – ¿Quién es? ¿La conozco? – Lo miro frunciendo el ceño como si estuviese loco. Termino mi café y me levanto para dejar la taza en el fregadero.
– Ya no importa. Por mi estupidez la he perdido. – Me sorprendo a mí mismo por reconocerlo en voz alta. Hace que me sienta más estúpido todavía. – ¡Soy un completo idiota! – Abro el grifo observando atentamente como la taza va llenándose de agua, oscureciéndose y aclarándose, según va rebasando el líquido por el borde.
– ¿Dónde están mis zapatos? – Pregunto cambiando de tema, tras cerrar el grifo, girándome hacia él. No quiero seguir hablando de su hija, aunque él no sepa que estamos hablando precisamente de ella.
– ¡Pasaron a mejor vida! – Me dice, tras lo que le miro espantado. ¡Mis oxford de más de trecientos euros! – ¡Vomitaste encima de ellos! – Lo miro todavía más horrorizado. – Por cierto. ¡Bonitos calcetines! – Me dice riéndose entre dientes, mirando atentamente mis calcetines de rallas rojas, amarillas y azules. Tras repasar con la mirada toda mi ropa. – No me pareció apropiado desnudarte, siento informarte que no eres mi tipo. – Me dice burlón. Desisto de hacer comentario alguno.
– ¿Y mi abrigo? – Lo miro expectante, mientras se levanta para dejar su taza en el fregadero, llenarla de agua, e introducir las dos en el lavavajillas.
– Se lo he entregado a Antonia, – me explica que es la mujer del portero, mientras se incorpora frente a mí, – para que lo lleve a la tintorería. – Ahora lo miro sorprendido. – ¡No te preocupes! Tienen servicio a domicilio, en un par de días lo tendrás en tu casa. Me he tomado la libertad de darles tu dirección. ¡Espero que no te importe! – Por la expresión burlona de su rostro, puedo deducir que mi abrigo también sufrió por mis excesos.
– ¿Y mis cosas? ¿Mi cartera, el móvil, las llaves de mi casa y de mi coche? – Me he embalado así que tras ver de reojo el estado de la esfera de mi reloj le pregunto también por este.
– Cuando salimos del “Chalhema” por la puerta de emergencia que está a la vuelta del portal de esta casa. – Comienza a relatar la noche de autos. – ¡No parabas de decir que querías irte a tu casa! ¡Ni siquiera eras capaz de recordar donde habías aparcado el coche! – Apoyo mi mano sobre mis rodillas observando que tengo una mancha en los pantalones. Parece una mezcla de algo extraño y barro. Me mira negando con la cabeza. – Opté por quitarte las llaves. Así que cuando vi que querías parar un taxi, te lo impedí, quitándote también la cartera y el móvil. – No sé aún en qué punto mi reloj terminó como terminó.
– Después de vomitar te mareaste, con tan mala suerte que acabamos los dos en el suelo. En un intento de aferrarte a algo para evitar la caída, terminaste golpeando tu reloj contra la pared del edificio. Los pantalones te los manchaste al caernos.
– Gracias por no dejarme tirado. – “A pesar de ser yo el cabrón que se ha estado follando a tu hija”, aunque considero que es mejor que no se lo diga.
– De nada. – Me sonríe. – ¡Somos amigos!, ¿no pensarás que iba dejarte tirado en mitad de la calle, con la borrachera que llevabas? – Le devuelvo la sonrisa, sujetándome al borde de la encimera. – Tus cosas están en mi despacho. Por cierto, – me mira n más sonriente que antes, desviando el tema. – ¿Qué tal ayer con Ryu? – Ladeo la cabeza mirándolo de medio lado, tratando de recordar en qué momento del día de ayer le dije que iba a reunirme con él. Sé que Charly conoce a la perfección en lo que suelen derivar las reuniones con Ryu. ¡Más bien, de qué tratan directamente! – ¿A quién llevaste? – Puedo ver a través de su cráneo como las neuronas de su cerebro comienzan a atar cabos, aparto mi mirada culpable de la suya. – ¡No me lo puedo creer! – Exclama. Él solito ha llegado a la conclusión evidente de mi estupidez por haberla llevado.
– ¡Quería demostrarme a mí mismo que era una más! – Me dejo caer sobre el banco de nuevo completamente derrotado, y me llevo la mano a la mejilla recordando su tortazo, para después esconder el rostro entre mis manos.
– ¡Y has descubierto que no es así! – Toma asiento en el mismo sitio donde estaba antes. Frente a mí. – ¿Y ahora qué piensas hacer? – Me pregunta. Miro la hora en el reloj de pared, tratando de hacer tiempo para pensar que responderle, son casi las 8.30 de la mañana. No estaba muy desencaminado hace un momento.
– ¿Y Claire? – Preguntar por ella es la excusa perfecta para dos cosas. Cambiar radicalmente de tema, y averiguar si está bien o no.
– ¡Ha salido esta mañana a correr! – Alza su mano izquierda deslizando el puño de la camisa para poder ver la hora. – ¡Hace casi una hora que salió! – Tuerce el gesto, contrariado.
– ¿Qué ocurre?
– Tengo que salir para el aeropuerto en menos de media hora. – Mira mis pies sin zapatos de nuevo por debajo de la mesa.
– ¿Te importa si te acerca ella a tu casa? – Me doy cuenta que está tratando de contener la risa, a la vez que sube su mirada hacia mis ojos. – ¡Te prestaría unos zapatos míos, pero creo que no compartimos el mismo número! – Pone la mano en su boca tratando de disimular las carcajadas que empiezan a subirle por la garganta, aunque por sus ojos, sé perfectamente, que está riéndose de mí.
– ¡No debería salir a correr tan pronto! – Cambio de tema. – ¡Y mucho menos sola!
– ¡No seas exagerado! – Exclama. – Lo ha hecho siempre, me ha asegurado que no entra en el Parque del Retiro a estas horas. ¡En Londres incluso a veces la acompaño yo! – Prefiero permanecer callado. Evidentemente cuando me marchaba de su casa antes que ella, aprovechaba para salir a correr. Evidentemente no me decía nada, porque sabía cuál sería mi reacción.
– ¡Ayer me dijo que iba a salir! – Lo miro extrañado. – ¡Tú puedes decir que no sale con nadie! – Tiende su dedo índice acusador hacia mí. – ¡Pero ayer te puso como excusa para avisarme que llegaría tarde! ¡Que la habías pedido que te acompañara a una cena de trabajo! – Miro hacia la ventana, dándome cuenta que en realidad, su excusa fue real. – Obviamente, los dos sabemos que es mentira. – Por un momento parece como si le hubiese pasado una locura por la cabeza, veo también, como rápidamente la desecha. – ¿crees que puede estar saliendo con alguien de la oficina?
– ¡No lo sé! – Me encojo de hombros.
– Cuando llegué contigo, la puerta de su cuarto estaba cerrada. No quise molestarla, así que no entré. – Niega con la cabeza, como si supiese algo que no alcanzo a saber qué puede ser.
– Cuando la contaste la verdad ayer; – trato de mostrarme tranquilo, a pesar que indudablemente, no lo estoy. – ¿Cómo reaccionó? – Alza la cabeza hacia mí.
(...)
– ¿Por eso te vas hoy mismo?
– Sí, – se levanta acercándose a la ventana y mira hacia la calle. – Tengo una reunión en unas horas con mi abogado. Como te he dicho, he adelantado toda la documentación por mensajero. – Vuelve a mirar la hora, pero en esta ocasión, se gira hacia el reloj de pared. – Sé que tenía que haberla llevado ayer mismo personalmente, pero me apetecía pasar más tiempo con Claire. Cuando me dijo que iba a ir contigo a cenar, no quise pedirla que te dejase plantado. – Suspira resignado. – ¡Sabía que no era verdad! Así que, – se encoge de hombros, – supuse que habría quedado con el misterioso hombre, con el que está saliendo.
Vuelve a mirar la hora impaciente. Aunque diría que lo que veo es más preocupación que otra cosa.
– ¿Crees que puede haberla pasado algo? – Niega con la cabeza.
– ¿Entonces por qué estás preocupado? – Coloca su maletín sobre la mesa para sacar un sobre de papel verjurado, sin ningún tipo de logotipos ni emblemas impresos. Me lo tiende y me hace un gesto con la cabeza para que lo abra. Hay un informe que desecho inmediatamente, al llamarme la atención las fotos de Claire; en realidad, todas son fotos de Claire y en la mayor parte de ellas, también salgo yo.
– ¿Qué significa esto? – Pregunto sosteniendo una foto en concreto mirándola con atención, para después alzar la mirada hacia él, que sigue de pie, al lado de la mesa.
Soy yo mismo, entrando a hurtadillas en casa de Claire montando en mi moto. Aunque sé que no puede dar conmigo, ya que la matrícula que lleva, no es la auténtica. Y tampoco lo puede sospechar, puesto que desconoce la existencia de esa moto.
(...)
– Sé que ha sido una estupidez, – vuelve a sentarse frente a mí, – no se lo digas, por favor. Pero necesitaba saber con quién estaba saliendo, aunque como puedes comprobar, no he conseguido nada. Sé perfectamente que el hombre de la moto es el que ha estado viniendo a ver a mi hija. – Señala la foto con su mano.
– ¿Y cómo sabes que no es un vecino del edificio? – Trato de desviar la atención de sus sospechas más que fundadas.
– No me imagino al abuelito que vive en el tercero montando en moto, o al matrimonio del segundo con dos niños a cuestas, además, – añade, – el portero me ha confirmado que nadie en el edificio tiene moto, y mucho menos ha visto nunca una como esa.
– ¿Y qué vas a hacer ahora? – Dejo caer la foto junto a las demás.
– Voy a dejarlo estar, esperaré a que ella me lo cuente. Si realmente es algo importante, tarde o temprano lo hará. – Recoge las fotos y el informe que no he tenido tiempo de ojear, y lo guarda todo en su maletín.
– ¿Por qué no recurriste a los detectives de Traza Security? – Niega con la cabeza.
– Porque quería total y absoluta confidencialidad. (...) – No puedo negarle que tiene toda la razón. Se queda pensativo durante un momento, por lo que tengo la sensación que quiere decirme algo más, pero el ruido de la cerradura al abrirse nos interrumpe. Los dos miramos hacia la puerta, completamente expectantes.
Solo puede haber introducido la llave una persona: Claire.

 The Four Brothers 3 - La Traición


– ¡Buenas noches!, – me giré hacia una voz que me era sumamente conocida, aunque hacía mucho tiempo que no escuchaba. Mi intuición no me falló. Pertenecía a la persona que había imaginado en mi mente. – No sabía que frecuentabas este lugar. – Sonrió de medio lado, ladeado también levemente su cabeza. – Supongo que sabrás a quien pertenece, ¿no?
– ¡Hola! – Devolví la sonrisa, aunque más por cortesía que porque me agradase verlo. Encontrarme precisamente con ese hombre, y sobre todo en aquel lugar; no era algo que me trajera buenos recuerdos. – Por supuesto que sé a quién pertenece, – dije casi ofendida por su sugerencia, – si no te importa, – susurre, – prefiero que no digamos nombres. – Me acerqué a su oído y continué susurrando: – ¡Sabes que las paredes escuchan! ¡Sobre todo en este lugar!
– ¿Puedo invitarte?, – dijo él regalándome otra de sus falsas sonrisas.
– ¡No esperaba menos de un caballero como tú! – La ironía en mi voz era evidente, pero él no pareció enfadarse, más bien, rompió a reír escandalosamente.
– ¡Gracias! Pero no me considero un caballero, – respondió; – los caballeros de verdad no vienen a lugares como este. Tampoco invitan a mujeres a subir a las habitaciones para hacerles, – sonrió picaronamente; – ¡tú ya sabes!
– ¿Ah, sí? – Mire con curiosidad. – ¿Y quién es tu próxima víctima? ¿La conozco?
– ¡Me temo que sí! – Me miró pensativo. – Es más, déjame que te cuente mi plan, Anneta, – vi en su mirada una intención absolutamente malévola. Me gustó y, desde luego, quería saber más. – Creo que estarás dispuesta a ayudarme; sobre todo, después de lo que he descubierto.
Se aproximó a mi oído y me dijo quién era la mujer a la que quería someter a su yugo; pero sobre todo, lo que me impresiono especialmente fue el secreto que esa mujer ocultaba. Secreto que me afectaba directamente a mí, y a mi familia.
– No te preocupes, mi querido Ryu. – Sonreí divertida. – Será un placer ayudarte a dominar a Claire. Y, por supuesto, quedarme con su secreto. ¡Esa puta no se lo merece!
– ¿Y qué harás con lo otro?
– ¡Ya se me ocurrirá algo! – Sonreí disfrutando del daño que para ella iba a suponer arrebatarle lo que con tanto tesón había ocultado a mi hijo. – ¡Deberíamos contactar con Alfredo! A fin de cuentas, es parte interesada.
Me devolvió la sonrisa. Hasta la música del local parecía querer congraciarse con nosotros. Los acordes previos de “Habanera” de la ópera “Carmen” de Bizet, comenzaban a oírse con fuerza en el local; sin darnos cuenta, ambos comenzamos a tararear a coro, mirándonos a los ojos, maquinando nuestro plan:
L’amour est un oiseau rebelle
Que nul ne peut apprivoiser,
Et c’est bien in vain qu’on l’appelle
S’il lui convient de refuser.
Rien n’y fait, menace ou prière.
L’un parle bien, l’autre se tait.
Et c’est l’autre que je préfère.
Il n’a rien dit mais il me plait.
L’amour! L’amour! L’amour! L’amour!
¡El amor! ¡A veces demasiado complicado!
Estábamos embarcando en una empresa delicada, y a la vez muy divertida; pero tendríamos que ir despacio. Mi hijo no debía sospechar nada. De hecho cuando todo fue descubierto, cuando finalmente nuestro plan fue desvelado; fue demasiado tarde. Para mi hijo, para Claire, para todos.
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